La crónica menor/ LA LIBERTAD RELIGIOSA, CAMINO PARA LA PAZ

Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
Con buen tino, el Papa Pablo VI instituyó la Jornada de la Paz, el primero de enero. Los parabienes que nos deseamos en estos días deben concretarse y tener frutos que mejoren la vida humana. La paz no se encuentra, se construye. Es la fatigosa labor de armonizar la libertad con las ansias de poder, tener y placer, que desfiguran el rostro fraterno de la humanidad.
La libertad, entendida como capacidad de elección, tanto para el bien como para el mal, ha sido termómetro indiscutible de pensadores y estadistas. Ella marca el umbral del respeto, la convivencia y el bienestar, o, la tentación del abuso de quienes se creen dueños de la vida y actuar de los humanos.
Benedicto XVI dedica su mensaje de este 2011 al espinoso tema de la libertad religiosa. Si los humanos reivindican para sí el derecho a ser libres, no puede, ser menos en el campo de lo religioso. En efecto, -dice el Papa-, se puede constatar con dolor que en algunas regiones del mundo la profesión y expresión de la propia religión comporta un riesgo para la vida y la libertad personal. En otras regiones, se dan formas más silenciosas y sofisticadas de prejuicio y de oposición hacia los creyentes y los símbolos religiosos. Los cristianos son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe. Muchos sufren cada día ofensas y viven frecuentemente con miedo por su búsqueda de la verdad, su fe en Jesucristo y por su sincero llamamiento a que se reconozca la libertad religiosa.
No se trata de reivindicar ningún privilegio ni exigir un trato diferenciado. Negar o limitar de manera arbitraria esa libertad, significa cultivar una visión reductiva de la persona humana, oscurecer el papel público de la religión; significa generar una sociedad injusta, que no se ajusta a la verdadera naturaleza de la persona humana.
El derecho a la vida y a la vida espiritual es sagrado. La apertura a Dios es garantía del respeto pleno y recíproco entre las personas. Por ello, tanto en la familia como en la escuela, la educación religiosa es una vía privilegiada para reconocer en el otro a su propio hermano. La libertad religiosa no es patrimonio exclusivo de los creyentes, sino de toda la familia de los pueblos de la tierra. El fanatismo, el fundamentalismo, las prácticas contrarias a la dignidad humana, nunca se pueden justificar y mucho menos si se realizan en nombre de la religión. La profesión de una religión no se puede instrumentalizar ni imponer por la fuerza.
Estamos ante una realidad que nos toca de cerca. No es sólo el fanatismo y la discriminación que acarrea muertes en otras latitudes las que deben examinarse a la luz de estas consideraciones. También en nuestra patria asistimos a una sistemática burla y descalificación de la religión católica y una manipulación de lo religioso en general, que no contribuye a la convivencia en un mundo plural en el que el respeto y la tolerancia deben primar sobre los intereses políticos.
El mundo tiene necesidad de Dios. Tiene necesidad de valores éticos y espirituales, universales y compartidos, y la religión puede contribuir de manera preciosa a su búsqueda, para la construcción de un orden social justo y pacífico, a nivel nacional e internacional.
1/. 5-1-11 (3317)

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