Luis Javier Hernández Carmona*
Las ocurrencias del mundo real ya no pueden ser objetivas; nacen socavadas en su verdad y consistencia ontológica por ese virus disolvente que en su proyección en las imágenes manipuladas y falsificadas de la realidad virtual, las únicas admisibles y comprensibles para una humanidad domesticada por la fantasía mediática dentro de la cual nacemos, vivimos y morimos.
Mario Vargas Llosa.
Una de las mayores cualidades del lenguaje es crear realidades virtuales a través de las cuales es posible reconocerse y ser reconocido dentro de espacialidades enunciativas tan cambiantes y dinámicas que exigen a cada momento de medios ilustrativos para poder materializar en acciones, hechos o acontecimientos la intención comunicativa. De allí la proyección de lo expresado, a través de cualquier medio, en imágenes para ‘ilustrar’ lo dicho. Por ejemplo, las rutas recorridas desde la gestualidad hasta la escritura o las formas pictóricas, para mencionar solo algunos de los recursos de expresión gráfica utilizados por las sociedades en su intención por instaurar archivos testimoniales a extenderse a lo largo de la evolución de los procesos históricos.
Consuetudinariamente el hombre ha creado mecanismos comunicacionales a irse innovando a medida que la humanidad avanza sostenida por los grandes aportes y desafíos tecnológicos, conservando siempre el principio virtual o de la virtualidad, como escenario para la construcción de realidades. Recordemos que desde la perspectiva del lenguaje, la cosa comienza a existir desde el momento en que es nombrada, entendida esta cosa a modo de objeto sobre el cual recae la atribución de sentido y significación por parte de un enunciante a partir de una valoración individual-colectiva. Alrededor de este protocolo de atribución-significación, surge la imagen a modo de holograma de la realidad representada para significar a partir de lo aparente y lo figurado.
Atenidos a la anterior reflexión sobre la graficación de la realidad y su instrumentación a manera de acción comunicativa, cobra una importancia indiscutible la figuración de la historia como el más grande archivo de la humanidad que contiene la esencia de un colectivo universalizado por medio de la interacción, donde surgen las coincidencias y las disimilitudes, para conformar un universo simbólico de grandes dimensiones sostenidas entre perspectivas de lo real y los atributos de lo ficcional a surgir al momento de intentar ‘narrar’ el mundo.
Ahora bien, la circulación de las imágenes dentro de la acción enunciativa establece una interacción que implica una audiencia a involucrarse en esa acción; audiencia derivada de la naturaleza misma de los procesos enunciativos y la implícita necesidad de comunicarse, lo que conlleva al fortalecimiento de los recursos seductores para hacer más efectiva la comunicación, la cual siempre estará fundada en una intención, pues no existen enunciados inocentes, sino sujetos no percibientes de la verdadera intencionalidad de las estructuras discursivas. De allí la aparición del archiconocido método para construir “mensajes de doble sentido”, tan comunes en nuestra cotidianidad, que pueden ir de la intención humorística a la manipulación de la publicidad y la propaganda en todos sus sentidos y maneras.
En relación con ello, una necesidad comunicativa se ha convertido en un mecanismo de sujeción y manipulación dentro de una sociedad del espectáculo que paulatinamente ha ido adueñándose de la existencia de los seres para manipularlos a su antojo y conveniencia de diversos intereses que podemos sintetizar en: políticos, económicos y religiosos. Llegando al extremo que todo debe convertirse en un espectáculo para poder ser ‘visible’ en medio de nuestras sociedades, poder llegar a un centro y deslumbrar una audiencia mediante diferentes artilugios de seducción.
De esta forma la espectacularidad ha invadido todos los terrenos de la vida cotidiana para crear los respectivos distanciamientos que generan las relaciones de poder. Ya no es el clásico espectáculo del cine o el circense donde la ficción está centrada en un escenario específico; ahora se trata de la conversión de la cotidianidad en un espectáculo que ha encontrado en las redes sociales el gran aliado para proyectarse con una fuerza ‘especulativamente’ determinante. Ahora la intimidad ha pasado a ser un espectáculo a través de ‘shows’ particularizados del yo que van desde la exhibición de estados de ánimo, logros personales hasta la venta de contenidos eróticos con los llamadas only fans.
De este modo la intimidad pasa a ser una mercancía que en tiempos de pandemia evoca una simbólica relación entre Eros y Tánatos, espacios enunciativos desde donde la muerte y el deseo pasan a ser espectáculo, pero al mismo tiempo, en cultura abyecta que trastoca los niveles referenciales ético-históricos, que a la final, llegan a convertirse en una normalidad dentro de la discontinuidad o propósitos subversores por desafiar lo establecido. En este aspecto pareciera repetirse una práctica muy usual de los diarios dedicados a la crónica policial, donde los macabros sucesos eran combinados con deslumbrantes posters de modelos mostrando sus atributos, algo así como un oasis en medio de la gran tragedia de la humanidad.
Pero que la intimidad sea un espectáculo no es de extrañar, pues una práctica consuetudinaria la ha formalizado a modo de referente que permite ‘farandulear’ en las redes sociales, hacerse visible en ellas y ganar seguidores. Sí, farandulear en un estricto sentido de colateralidad referencial con el mundo artístico y su esencia basada en la espectacularidad sostenida por los mundos del artificio y la representación. Ese ‘otro cosmos’ que sigue alimentando crónicas periodísticas con una altísima audiencia ávida de conocer ese mundo colindante con la fantasía y los cuentos de hadas, que por extensión simbólica, sirve para descentrar los sujetos de sus realidades y distraer las necesidades bajo una posposición por demás irreal, porque ellas terminan imponiéndose ante los universos de la ilusión.
Además ese descentramiento del sujeto de sí mismo en las sociedades del espectáculo lo llevan a conformar un colectivo fascinado frente a las magias y maravillas que rompen con la causalidad en el momento menos pensado. La muerte de un miembro de la familia real y la fascinación de un entorno convocado por la tradición, emblematizado por los diferentes medios de difusión masiva, convertido en una excepción en medio de una realidad convulsionada por un virus cada vez más letal; un espectáculo en el cual nadie quiere reflejarse ni ingresar a él, por ello la búsqueda de alternativas disuasivas, ahora más que nunca, la referencialidad ensoñativa es un preciado recurso para mantenerse en medio de la actual situación.
El espectáculo dentro de las actuales sociedades ha pasado del mundo artístico a la cotidianidad, todo debe convergir en la espectacularidad para convertirse en centro. De allí que un sacerdote de una humilde comunidad se hace viral en las redes sociales por renunciar “en plena misa por amor a una catequista”, o el anuncio de un proyecto sobre la construcción de un hotel espacial desata una enconada polémica en medio de una pandemia y las desvastadoras consecuencias de ésta a nivel mundial, para centrar atenciones sobre temas que en nada benefician al colectivo, sino a quienes manejan el poder económico. Porque precisamente las sociedades del espectáculo buscan por sobre todos los medios crear culturas del artificio como elementos distractores para obtener posiciones de poder y beneficio económico.
Pero estas sociedades del espectáculo no están referidas a un simple y exclusivo ejercicio mercantil que vulnera la equidad social, sino que atentan contra la cultura testimonial de los pueblos con sus prácticas fundamentadas en una cultura de la instantaneidad al responder a valores foráneos, e irremediablemente conducen a una alienación, campo propicio para captar los consumidores que garanticen el sostenimiento de los grandes consorcios económicos. Generando espacios extremadamente poderosos para regir los demás aspectos de las sociedades bajo el predominio de falsarios existenciales.
De por sí estos falsarios existenciales están relacionados con la fundación de una verdad ilusoria, pero muy concreta dentro de los espacios de la representación; es decir, desarticulan al sujeto de sus principios, valores y convicciones para inducirlo dentro de mecanismos de seducción fundamentados en la espectacularidad y el aturdimiento para hacerlo ingresar a espacios de la manipulación, como por ejemplo, el campo político electoral sostenido por la espectacularidad y la acción de los recursos propagandísticos que cumplen el rol de ‘arrastrar’ el mayor número de ciudadanos a sufragar por determinado candidato o color partidista; sin presentar verdaderos proyectos pensados en el bienestar colectivo, sino en la acción efectista de la promesa.
Lamentablemente, el síndrome de la espectacularidad avanza en otros campos que debieran estar arracimados en la espiritualidad, el regocijo interior del Ser con la deidad en una profesión de fe y realización. Son usuales las grandes concentraciones de fieles en torno a un oficiante que a través de la invocación y la arenga ofrece las bonanzas de la creencia, y obra hasta curando males corporales en un dramático teatro donde la necesidad y la carencia son instrumentos para ‘deslumbrar’ la audiencia y captar adeptos con técnicas no muy lejanas a las cinematográficas y los llamados efectos especiales.
Existe un peligroso desbalance entre espiritualidad y espectáculo, porque este último siempre es dirigido según intereses personales, mercantilistas, políticos o dogmáticos, en el caso de las religiones. Por eso debe haber mucho tiento al momento de hacer pública la espiritualidad y no caiga en el simple espectáculo y la descentre de los principios esenciales con los que ha sido concebida; la santidad no puede desvirtuarse en los predios de una simple mercancía para ofertar, ni convertirse en un centro institucionalizado rodeado de periferias que claman perdón para alcanzar la redención. A más de espectáculo es la oportunidad del encuentro sensible sin dueños ni jerarcas, bajo el más auténtico y genuino reconocimiento del Ser en un lugar del reconcilio y la realización.
Estas sociedades del espectáculo han creado la necesidad del ‘otro’ indispensable para guiar, que va desde el político hasta el hoy denominado influencer y sus calificaciones de macro y mega según el número de seguidores, quienes buscan la pócima mágica con la combinación perfecta de los ingredientes para encontrar la ansiada felicidad, quizá ignorando que ella reside en el interior de cada Ser. De allí la aparición de ‘verdades ilusorias’ o espejismos para extraviarse entre falsarios existenciales, bajo la creación de burbujas que simplemente atenúan, más no son una solución real y efectiva de cualquier carencia individual o colectiva, acrecentando cada vez más la necesidad de siempre estar tras la búsqueda de un guía o mentor, téngase la edad que se tenga.
Dentro de estas acciones seductoras de las sociedades del espectáculo, el desplazamiento y la sustitución juegan un papel fundamental para garantizar su efectividad, con el propósito indiscutible del cambio de titiritero ante una misma marioneta que constantemente requiere de ‘alguien’ que mueva sus hilos siempre y cuando ofrezca “villas y castillos” para refugiarse ante las inclemencias de las circunstancias, en vez de enfrentarlas para propiciar cambios y mejoras. En este sentido, están siendo desplazados y sustituidos pilares fundamentales para evitar esas voces del encantamiento y generación de falsarios existenciales, como son los docentes, la mayoría de las veces, instrumentos inconscientes de su participación aupando la sociedad del espectáculo, al no advertir y advertirse los riesgos presentes para una real formación para la vida.
De allí que mi denominación sobre los falsarios existenciales esté correspondida con la formulación de una verdad ilusoria que descentra al sujeto de su realidad para hacerlo vulnerable, manipulable según los intereses de determinado sector de la sociedad y arrastrarlo al incógnito colectivo, hacerlo estricto consumidor de información conducente a los reinos del espejismo donde indudablemente naufraga como humano ser. E indudablemente opera un proceso de desubjetivación para hacerlo ajeno a su mundo primordial, cultura testimonial para insertarlo en la instantaneidad que deslumbra y extravía por caminos artificiosos, donde las quimeras son cada vez más lejanas.
Este falsario existencial no es una simple figura proveniente de la retórica académica como muchos pudieran estar pensando, forma parte de una realidad cada vez más compleja por la presencia del COVID-19, donde los espectáculos en nada contribuyen en la búsqueda de alternativas para el presente o los tiempos pospandémicos tan ansiados, pero en ningún momento proyectados desde una actitud reparatoria que permita enrumbar la sociedad hacia espacios más humanos y de equidad. Lo más preocupante, los falsarios existenciales asumidos a manera de actitud de vida entre el ‘bonche y la espectacularidad’ dentro de una convocatoria de agentes distractores de una realidad que sigue estando allí, mostrando un rostro cada vez más revelador, imposible de cubrir con máscaras u otros aditamentos para hacerla cambiar. Pues, eso será intentar “tapar el sol con un solo dedo”.
En dramática paradoja, aquella frase tan publicitada de: “anuncia para vender”, es hoy una innegable realidad en nuestras sociedades del espectáculo, todo ha sido convertido en un inmenso tablón de anuncios donde cada quien va incorporando su necesidad de promocionarse para existir, hacerse visible por medio de las redes sociales aun a riesgo de sacrificar su integridad, indudablemente diluida en los falsarios existenciales y su potencialidad para construir espejismos. Quizá las palabras de José Martí sobre las “tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”, sean la forma de permanecer erguido e incólume frente a las sociedades del espectáculo; en el fondo, representan al humano ser en su máxima expresión sensible.
Así, la vida se ha convertido en un múltiple campo del entretenimiento surcado por una multiplicidad de imágenes que no procuran ningún el sosiego, más bien, promocionan lo efímero a través de un peligroso poder de conversión de todo en mercancía para ofertar, vulnerando los más elementales principios de la dignidad humana, haciendo de los sujetos, simples adoradores del artificio y la materialidad, encaminarlos hacia lugares del ruido y la distracción, a modo de demorar la existencia bajo la espera de un futuro que “caerá del cielo” por obra y gracia de la casualidad.
El Paraíso, abril, 2021
* Doctor en Ciencias Humanas
Profesor Titular Universidad de Los Andes-Venezuela
Coordinador General Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias (ULA-LISYL)
Miembro Correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua. Correspondiente
de la Real Academia Española.
Blogspot: http://apuntacionessemioliterarias.blogspot.com/
Instagram: @hercamluisja
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