Luis Javier Hernández Carmona
No vayas a creer en todo lo que te cuentan del mundo (ni siquiera esto que te estoy contando) ya te dije que el mundo es incontable.
Mario Benedetti
A medida que las redes sociales evolucionan a una velocidad asombrosa, su presencia en la vida del hombre es cada vez más notoria e influyente para hacerse cada vez más imprescindibles, al límite de convertirse en una especie de ‘oráculo de Delfos’ donde es posible hallar las más disímiles respuestas a diferentes planteamientos que van desde lo estrictamente personal a incertidumbres propias de una realidad caracterizada por un complejo sincretismo y volatilidad argumental tan variable como los usos de los medios tecnológicos. De esta forma surgen una serie de elementos dignos de analizar por sus repercusiones en la vida cotidiana, influyendo en todos los aspectos de la acción humana, que en momentos, pareciera estar girando solo y exclusivamente alrededor de las redes sociales y su gran poder de convencimiento a través de una dinámica enunciativa digna de analizar. Así que para desarrollar esta reflexión, quiero asumir las falacias argumentativas como uno de los mayores ejes generadores de referencias en estos espacios, para hacer especial énfasis en su poder para el convencimiento y formalización de ‘verdades’ a modo de fundamento de los enunciados a irse consolidando en tan intrincado escenario de acción comunicativa.
Al respecto es importante destacar que la intención interpretativa está basada en un análisis de la referencialidad en función de sus estructuras connotativas. Esto es, en la significación más allá de lo expresado literalmente y las diversas extensiones que va a ir adquiriendo el enunciado base desde donde van a generarse las derivaciones a circular por los escenarios comunicacionales; de allí que entre más derivaciones tenga, mayor será su alcance y proyección. En este proceso está sustentado el secreto para que un mensaje se vuelva viral en las redes sociales, generalmente concebido por medio de una ‘etiqueta’, y así posicionarse a manera de tendencia o especie de ranking que permite medir los alcances del tópico propuesto inicialmente. Indudablemente esta fórmula enunciativa en la publicidad tiene una efectividad inobjetable al tener el poder de modificar conductas y producir grandes dividendos económicos.
Pero no solo en el mundo del consumo comercial es imperioso el uso de configuraciones enunciativas para el convencimiento del otro en función de los intereses de un determinado sujeto o grupo social, económico, político o religioso. Quizá el principio sigue sustentado por las nociones de verdad y mentira, las dos formas antagónicas de enmarcar las enunciaciones según criterios ético-morales, nunca desconociendo que esos criterios responden a profundas convencionalidades sociales y discursos del poder a manera de mecanismos de sujeción. Aún más, las condiciones referenciales de estas nociones siguen ancladas a las dimensiones del bien y el mal, las habituales perspectivas paradigmáticas para tomar posición ante la vida, bajo la regimentación de las virtudes sobre causas nobles y alejadas de toda figuración lesiva de los intereses colectivos. Esta singular consideración es soporte de la gran sombra que ha acompañado al hombre en toda su evolución: el pecado, de allí la asociación con la mentira y el engaño, o más bien, el engatusamiento.
Paradójicamente las concepciones pecaminosas ingresan a los espacios sociales para representar formas de romper con lo establecido y proponer alternativas enunciativas que siguen siendo espectacularmente atractivas para lograr el ‘enganche’ de interlocutores, o en el campo publicitario para tentar a los consumidores y predisponerlos a la adquisición de productos. En este sentido, las nociones de pecado por siempre representarán discursos subversores muy difíciles de ser convencionalizados desde los centros ético-morales, al nunca perder su potencial contenido seductor. Dentro de esta imbricación es fundamental la mención a los recursos utilizados para la elaboración de mensajes sugestivos que garanticen el logro de los objetivos propuestos con su elaboración.
Dentro de estos recursos están las falacias argumentativas como medios para establecer todo un tinglado argumentativo que de entrada convencen, para luego desmigajarse mediante la práctica enunciativa o hacer variaciones de contenido que le permitan mantenerse en los espectros comunicacionales, pero que cumplen con su cometido en determinadas circunstancias sociohistóricas, siendo el impacto y la novedad a causar, el principal recurso de administración enunciativa. Así la teatralización en medios audiovisuales a partir de escenografías legitimantes, o la ilación argumental para hacer creíble una ‘noticia bomba’ que rompa con la causalidad cotidiana, entre ellas, el ya acostumbrado anuncio de la muerte sorpresiva de algún famoso por las redes sociales y la movilización informativa alrededor del ensayo enunciativo.
Este ensayo enunciativo supone toda una consabida elaboración del mensaje en función de los intereses de quien lo produce, y en este aspecto ingresa la mentira a los predios enunciativos para reafirmarse como una forma enunciativa muy bien elaborada para lograr un propósito. Porque la mentira es diseñada sobre los más evidentes criterios de veracidad aun cuando conduzcan por senderos reñidos con la verdad, o en todo caso, tratar de anteponer artilugios a una realidad para distraer las evidencias tangibles sobre determinada acción humana. Hecho que evidencia la consciencia del enunciante en la construcción de la mentira y su funcionabilidad como mecanismo para nada inocente en cuanto forma encaminada a resarcir una actitud, acción, acontecimiento, o, subrepticio para engatusar al otro.
Ahora bien, todos sabemos que el discurso antecede a la acción, al mismo tiempo, está implícito dentro de ella (más que trillado está el ejemplo de la palabra divina). Por ello desde la ontosemiótica la acción discursiva es el continuum o proceso a establecerse en la construcción de significación-representación. Por lo que podemos referir las falacias argumentativas a modo de discursos apócrifos dentro de esta dinámica discursiva; entendidos estos como: discurso sobre otro discurso (metadiscurso), textos supletorios de acontecimientos (vidas de los apóstoles) de atribución falsa, supuesta o fingida de un autor. Pero siempre teniendo en cuenta que van a convertirse en una verdad, o por lo menos, tiene todas las prerrogativas de una verdad, que en momentos puede ser circunstancial o resistir el paso del tiempo y afianzarse dentro de un espectro enunciativo.
Un ejemplo de ello ocurre con una famosa frase extendida por toda la tierra; “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”, atribuida al escritor español Miguel Cervantes Saavedra, pero en ninguna parte del ingenioso Don Quijote de la Mancha aparece. Por lo visto, la frase endilgada al manco de Lepanto, es una adaptación del poema Labrador (1808) del escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe, que dice: “Cabalgamos por el mundo/ en busca de fortuna y de placeres/ Mas siempre atrás nos ladran,/Ladran con fuerza…/ Quisieran los perros del potrero/ Por siempre acompañarnos/ Pero sus estridentes ladridos /Sólo son señal de que cabalgamos”. No obstante, la frase derivada se ha convertido en una ‘verdad’ constituida por una reiteración legitimante dentro de una práctica enunciativa que obedece más al uso que al carácter etimológico o sentido originario de la expresión.
Sobre la anterior consideración es importante destacar el poder de la argumentación de los enunciados por medio de diferentes mecanismos; entre ellos, la fuente legitimante como en el caso anterior. Una fuente que siempre servirá de apoyo para convencer al otro sobre su ‘veracidad’, teniendo muy en cuenta que esta veracidad también es cuestionable al estar sostenida por la construcción de una lógica de sentido, de quien dependerá estrictamente su funcionabilidad argumental. Así que las falacias argumentativas deben moldearse a imagen y semejanza de una realidad referenciada bajo mecanismos de legitimación alrededor de los cuales girará la credibilidad. Desde aquellos ‘rumores’ de que algo va a pasar porque lo dijo el familiar del vecino, o el papá de la novia del ahijado que es militar, a los elaborados laboratorios publicitarios para posicionar tendencias de opinión, descalificación o apoyo a determinada causa o proyecto individual o colectivo.
Lo cierto es que los mecanismos de legitimación permiten crear falacias argumentativas a incidir de forma determinante en un conglomerado, pues aun partiendo de bases no ciertas puede llegar a consolidarse en acción ideológica con el fin de manipular y llevar a una legitimación institucional. Como indiscutiblemente ocurre con el discurso histórico y sus nociones de patria, un ideologema que centra su esencia en la ‘romántica complacencia’ de los más sentidos ideales épicos a manera de estamentos inamovibles para la configuración ético-moral de las naciones. Donde la densidad de las fuentes es un intrincado laberinto que ofrece diversas alternativas al momento de justificar la ‘finalidad de la historia’, permanentemente dependiente de los intereses del historiador, no obstante, llega a institucionalizarse o a hacerse ley, justamente por esas magias y maravillas de la casualidad de las lógicas de sentido.
Evidentemente en este aspecto es de obligada consideración los discursos políticos basados en la perspectiva electoral, que muchas veces siendo una falacia argumentativa llegan a hacerse constitucionales mediante su legitimación a través del voto, y de no llegar a serlo, sirven de elementos de expectación para mantenerse mediante un mensaje esperanzador. Hecho que podemos ejemplificar con el manejo de la noción de paz, puesto que es uno de los epítetos más utilizados para justificar acciones gubernamentales que cada vez lo alejan más de sus sentidos originarios o formas paradigmáticas fundadas en un ideal ligado a la realización del hombre en medio de sus contextos. Así los conceptos de paz manejados desde estas perspectivas, no guardan ninguna referencialidad con las definiciones que la convierten en un paradigma universal, al establecer una relación de concordia entre los hombres en medio de estados armónicos donde medie el entendimiento y la comprensión. O en todo caso bajo la perspectiva otorgada por san Juan Pablo II: “La verdadera paz es fruto de la justicia, virtud moral y garantía legal que vela sobre el pleno respeto de derechos y deberes, y sobre la distribución ecuánime de beneficios y cargas”.
De esta manera los términos son manejados a modo de comodines argumentales que van a ser usados indistintamente o bajo las más evidentes contradicciones cuando son interpretados en función de la acción humana y con un fundamento basado en la intimidación e imposición que la lesiona en todos los sentidos. En esta dirección encontramos notaciones discursivas tales como: Amor, unidad, paz, trabajo, hermandad, que se establecen como agentes legitimantes de lo apócrifo y establecen condiciones de veridicción a través de falacias argumentativas, donde las falacias son razonamientos que no están ligados a la verdad, pero detentan una determinante fuerza argumentativa o persuasiva; justamente están hechas para persuadir y para encubrir la verdadera intención, y muchas veces para coaccionar a través de su formulación.
Ahora bien, llevadas estas consideraciones a las redes sociales, allí se traslada una práctica muy usual en la comunicación humana representada por el rumor, un laboratorio de la cotidianidad ahora llevado a los escenarios para ‘hacer rodar bolas’ y esperar a ver si logran convertirse en ‘aludes’. Con la consabida aclaratoria de no estar realizando ninguna consideración moralista sobre el rumor, sino verlo incorporado a la dinámica enunciativa y sus mecanismos socializadores, de integración y mecanismos de regulación de conductas y comportamientos. Asimismo como fórmula de comprobación de una suposición que busca de agentes legitimadores para su concreción, o en su defecto, diluirse en el amplio espectro de las comunicaciones globalizadas o universalizadas por medio de los recursos tecnológicos.
En este sentido es de destacar la forma a través de la cual va a originarse este proceso de fundamentación: en principio surge un enunciante proponente que “hace rodar” un referente en circunstancias determinadas, hace de la suposición una condición de verdad a irse fortaleciendo con la integración de los enunciantes bisagra, quienes van construyendo paulatinamente los eslabones de la cadena significante a establecerse alrededor de lo rumorado. Material a irse nutriendo mediante la interacción de los interlocutores y el sostenimiento de las referencialidades según las herramientas a utilizar para tal caso, desde la lapidaria frase: “acudo a este sitio para hacer la más grave denuncia”, a “qué pensarían ustedes si les dijera que”, formas de interpelar al otro y hacerlo partícipe de lo conjeturado.
Por consiguiente, mientras más giros enunciativos logre la presuposición mediante la participación de los enunciantes bisagra, mayor será la repercusión de lo referido, hasta llegar a instituirse una serie de cibernautas que navegan por las redes fundamentalmente para participar en este tipo de actividades, especie de caballeros andantes cibernéticos en busca del bien y la justicia, o las solidaridades automáticas con todos aquellos que acuden a las redes sociales a hacer sus proposiciones de distinta índole, muchas veces sin buscar reales sostenimientos o argumentos sólidos que los afirmen o los desmientan, desde el endilgar frases a un autor determinado, hasta acusaciones a alguien en particular para convocar un peligroso tribunal con un alcance de dimensiones extraordinarias. Así que en un amplio porcentaje las redes sociales en sí constituyen un inmenso espejismo de encuentros y reconocimientos de los interactuantes como sujetos integrados por una afinidad realmente crítico-reflexiva fuera de toda banalidad; a decir de la escritora española Remedios Zafra: “La gran falacia es decir que a través de la red accedemos a la diversidad, no: accedemos a mundos que se parecen llamativamente y esto es un gran peligro para la formación y el espíritu crítico”.
Inexorablemente las redes sociales representan una extensión de la domesticidad, obviamente no puede ser de otra manera, esos espacios virtuales con su amplitud, extensión y proyección, son la prolongación de los sujetos y sus cotidianidades que encuentran en esos precisos instantes enunciativos la oportunidad de etiquetarse con altas probabilidades de convertirse en tendencia, estar en la cresta de la ola y obtener dividendos que generalmente se traducen en el engrosamiento de su lista de seguidores, de enunciantes bisagra que garanticen la articulación de cadenas significantes, no siempre sustentadas en falacias argumentativas, pero cuando éstas surgen, los argumentos crítico-reflexivos parecieran tambalearse frente a los artilugios de la enunciación y sus cadencias profundamente seductoras, aun cuando redunden en los antiquísimos procedimientos de ‘encantar’ la audiencia bajo los acordes de la incertidumbre, de balancear los enunciados entre los paradigmas de la verdad y los encantamientos de la mentira, al invitarnos a mirar sobre la fragilidad de las fronteras entre una y otra sin dejarnos deslumbrar por los estruendosos sensacionalismos enunciativos, sino, mesurarnos en la búsqueda de la esencia humana que habita en las moradas de la palabra.
El Paraíso, mayo, 2021
Doctor en Ciencias Humanas
Profesor Titular Universidad de Los Andes-Venezuela
Coordinador General Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias (ULA-LISYL)
Miembro Correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua. Correspondiente de la Real Academia Española.
Blogspot: http://apuntacionessemioliterarias.blogspot.com/
Instagram: @hercamluisja
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