EL PERSONAJE LITERARIO Y LAS ANALOGÍAS IMAGINALES


Luis Javier Hernández Carmona*

Hay personajes de novela que están más vivos que algunos que andan por allí (…) ¿Hay alguien más vivo que ellos? O esos personajes de Shakespeare, grandes, pequeños, mediocres, magníficos, que vienen de la literatura pero también están aquí, vivos, entre nosotros…

José Saramago.

Más allá de las posturas y criterios de las teorías literarias, la literatura es el tránsito simbólico entre la realidad y las construcciones imaginales que intentan darle una fisonomía según la mirada del sujeto enunciante. Así, la simple formulación de una producción estética preconcebida según determinados cánones o parámetros, cede paso a una aspiración trascendentalmente sensible de un ‘quien’ que es capaz de ‘mirar’ más allá de lo estrictamente aparente para potenciar las figuraciones donde reside la esencia significante; esa esencia envuelta en diferentes matices y dimensiones para convocar a cada momento renovadas visiones del acontecimiento transferido al plano imaginal.

De esta forma no pueden existir distanciamientos o abismos entre el hecho de narrar y la vida misma, puesto que, la narración es la acción comunicativa por excelencia para reformular lo acontecido a partir de diversas perspectivas enunciativas que van a desbordar los simples escenarios estéticos, para vincularse con una necesidad de comunicarse más allá de la inmediatez referencial, de esta manera, asociar sígnicamente una serie de posibilidades connotativas del discurso a enriquecerse simbólicamente a medida que circula por los espacios de la significación.

En este sentido, las construcciones imaginales son parte consustancial del ser humano, ellas representan la potencialidad de poder establecer un encadenamiento argumental, que muchas veces rompe con las lógicas objetivistas de la realidad, para anteponer la ficción como el mecanismo de estructuración significante. De allí que la conciencia mítica encuentre en las dimensiones estéticas un fértil campo para producir verdaderas obras maestras de la manifestación imaginal, en las cuales, la cotidianidad representa un papel indispensable en la transfiguración de lo ‘ordinario’ en ‘extraordinario’, porque este procedimiento está presente en cualquier manifestación discursiva que requiera de elementos expansivos para fortalecer sus niveles de significación.

La anterior consideración es demostrable a partir de la presencia de procedimientos estilísticos del discurso estético en la acción comunicativa cotidiana, al verse ésta impulsada por la necesidad de expandir estructuras significantes para hacer más comprensible lo expresado. Indudablemente estos elementos expansivos hacen posible la hiperbolización de un referente al ser acuñado dentro de una intención de referenciar un hecho a través de la potenciación de su significado. De esta manera un sujeto enunciante arguye “morirse de hambre, de cansancio o sed” para magnificar una situación. O de igual modo puede metaforizar en un momento de intensa sensibilidad, “los desgarros del alma”.

Desde esta perspectiva, la ilusa separación entre manifestación estética y vida, queda conjurada para indicar que la creación estética es consustancial con el Ser predispuesto a descubrir el mundo a partir de las construcciones imaginales, o instrumentos de provisión de alternativas para nombrar desde criterios fundados por la voluntad creadora, ese recurso de construcción de ‘realidades’ no sometidas a los ciegos criterios del objetivismo, sino a los vuelos y designios de la libertad de ‘ver’ más allá de la apariencia significante. Esta mirada al trasfondo del referente implica develar claves cifradas que inobjetablemente enriquecen el texto, lo hacen interpretable desde el antagonismo entre lo aparente y lo figurado, para que lo aparentemente contradictorio conduzca a una consustanciada articulación argumental. 

Ello ocurre con la conciencia mítica en su interrelación con la conciencia histórica, cuando abandona las rígidas concepciones religiosas para prestar su articulación significante a los correlatos estéticos, y en función de ellos, resemantizarse a partir de diversas formas enunciativas, tal cual lo podemos apreciar con la Biblia y la infinidad de combinatorias a establecerse a través del ejercicio imaginal de articular renovadas posibilidades argumentales. Una de ellas, la adaptación y resemantización sufrida en Latinoamérica en combinatoria con las concepciones originarias, para crear un universo simbólico con robustos pilares sustentantes de la identidad narrativa de nuestro continente.

La aludida resemantización proviene de la capacidad generadora de un mito nodriza que permite legitimar toda una serie de construcciones imaginales para fundar una autonomía simbólica a constituirse en ‘realidad alternativa’, frente a la rigidez conceptual del mundo. Un ejemplo de esta operatividad discursiva la encontramos indudablemente en la novela Cien años de soledad, cuya base puntual está soportada por una reescritura del mito cristiano mediante adaptaciones muy particulares alrededor de la familia Buendía. En esta novela, la presencia de unos manuscritos que contienen en clave cifrada todo lo trascurrido en la historia contada, es el generador argumental por excelencia, bajo el privilegio de los diferentes hermeneutas que intentan descifrar un complejo entramado simbólico.

Con el anterior ejemplo estamos en presencia de una estructura imaginal proveniente de la cotidianidad misma, forma parte de la acción comunicativa de unos seres que cohabitan con lo fantástico en la más completa normalidad. Normalidad a ser subvertida por la lógica imaginal impuesta desde  la conciencia mítica, por demás telúrica, como rasgo identitario predominante que ha permitido valorar la historia narrada desde los contenidos latinoamericanos. Además de permitir la creación de marcas determinantes para reconocer los valores autóctonos desde la realidad socio-histórica, mediante figuraciones simbólicas provenientes de esa construcción imaginal, tal es el caso de Macondo, a modo de espacio textual a representar lo habido y por haber.

Por ello es necesario  recordar la hegemonía del símbolo dentro de la generación de textos artísticos, el símbolo en su peculiaridad de embrague entre realidades; mediador entre imaginarios para permitir su comparecencia frente a los sujetos enunciantes y los horizontes de la creatividad. De allí la función arquetípica del símbolo y su enraizamiento dentro de los mundos íntimos del sujeto y sus constituciones patémicas, pero también en los espacios colectivos, como por ejemplo, en las figuraciones del mito, donde la ficción se mueve entre lo continuo y discontinuo a través de una semiosis ilimitada, lo que indudablemente constituye un rico campo semiótico que va más allá de sus referentes inmediatos para consolidarse en la transtextualidad. 

Discernidas las construcciones imaginales a manera de posibilidad de resignificar realidades, es menester traer a colación uno de los elementos fundamentales de ese procedimiento enunciativo representado por el personaje literario o sujeto imaginal. Centro de generación significante soportado por la alegorización de la acción humana dentro de un sistema de representación, o posibilidad develadora de los misterios del enunciante, en relación con los contextos a ser discernidos dentro de los escenarios de las simulaciones. Entendidas estas simulaciones como la puesta en escena narrativa de un conjunto de herramientas de configuración argumental, para develar un acontecimiento sujeto a determinadas lógicas de sentido, que justifican su evolución y materialización enunciativa. A decir de Aldo Rovatti, en su libro: Como la luz tenue (1999):

El habitar poético es el surgir de un “rostro”. El lenguaje presenta la posibilidad de sacar al exterior, a través de la metáfora, un modo de ver que nos es más familiar que alcanza más profundamente lo propio nuestro. Pero ¿de qué visibilidad se trata? No es un fuego, un sol, una luz plena: en todo caso, es esa luz que metafóricamente podríamos comprender  pensando en el silencio. En la figura, en la imagen entran en juego tanto lo visible como lo invisible. 

Ahora bien, el personaje literario –lo visible– es la mayor concreción del sujeto imaginal –lo invisible– como metáfora de lo humano, el quien a aglutinar todos los sujetos enunciantes comprometidos en el proceso de interpretación, o instrumentación creativa que desborda lo literal para concretarse en lo extratextual, lugar de las ramificaciones de lo simbólico. En este sentido, el personaje encarna al mismo tiempo: al autor, el lector y a él mismo; todos en una misma confluencia sígnica de diferentes aristas e interpretaciones. Para de esta forma desdoblarse en una ‘variabilidad actancial’ a diversificarse por medio del acto de la lectura de realidades desde diferentes posicionalidades enunciativas.

Advenido de esa ‘variabilidad actancial’, el personaje o sujeto imaginal, pudiera ser creado a imagen y semejanza del autor, no tengo la menor duda de ello, pero no es una estructura inamovible a mantenerse, porque al ingresar a la realidad textual o historia contada, este personaje adquiere rasgos autonómicos provenientes de los espacios de la simulación y la creación de lógicas de sentido atinentes a la estructura argumental del texto. Aun cuando se trate de un texto autobiográfico con matices de encubrimiento estético, tal cual ocurre en la literatura, puesto que la estructura imaginal contiene lo presupuesto y no lo materializado en la realidad tangible.

Lo anterior es perfectamente demostrable mediante el precepto de la indivisa relación del acto de narrar y la capacidad de imaginar: “imaginamos narrando”, “narramos imaginando” para la formulación de una identidad actancial donde el personaje tiene una figuración determinante. Una compleja identidad conformada por los sincretismos y la diversificación a irse sumando a medida que transcurren las indagaciones sobre el texto, en las cuales todo está ajustado a una compleja dinámica garante de las innovaciones y recursos de readaptación de la referencialidad textual.

Al respecto, es imprescindible destacar que todo acto narrativo, evocativo, rememorativo; o en todo caso, enunciativo, implica lo imaginal de manera inherente al acto de narrar o contar, donde el acontecimiento está condicionado a las implicaciones del sujeto, su experiencia, circunstancialidades y relaciones dialógicas en las que se produce el texto; a más, de las producidas en los potenciales lectores-espectadores. Siendo lo imaginal una puerta abierta a la transposición de planos enunciativos para la creación de espacios simbólicos autonómicos que diversifican miradas, escudriñan enigmas o proponen mundos posibles.

Sobre estas dimensiones argumentales es posible determinar la existencia de dos tipos de personaje literario –más allá de la clásica definición de principales y secundarios–; el personaje explícito y el implícito. Obviamente el explícito es el que aparece plenamente identificado en el texto con una acreditación nominal, mientras el implícito, estará compendiado en los desdoblamientos del autor y el lector en torno a las relaciones empáticas a establecerse dentro de la causalidad discursiva. Paralelamente, estos dos tipos de personajes van a conformar la dialéctica actancial o mecanismo de embrague entre los sujetos enunciantes alrededor de la alegoría de lo humano en medio de las simulaciones estéticas.

Ante tal particularidad argumental, es importante resaltar que la concepción de personaje no está limitada a la historia textual, ello sería hacer cortes abruptos entre realidad y texto para seguir alentando las mentadas escisiones de ella con la ficción. O la manía de buscar una referencia del personaje literario en una contextualidad sociohistórica para otorgarle validez, cuando la práctica argumental demuestra que los personajes literarios tienen la facultad de legitimarse desde su esencia simbólica, pues pareciera que desafiando los cánones logran mayor autonomía actancial.

En ese marco referencial, al ingresar el personaje histórico a los escenarios imaginales, se libera de toda atadura para trascender en sus particularidades sensibles resaltadas por la subjetividad trascendente, la cual lo hace mucho más cercano a los sujetos enunciantes en su analogía de humanos seres. Ese es un ejemplo recurrente cuando los personajes históricos, traspasados por la vejez y la nostalgia quedan segregados del curso histórico, pero a partir de esa segregación, develan otras dinámicas referenciales que hacen posible historiar para transgredir, y allí, la voluntad creadora muestra sus prodigios bajo el cobijo de las construcciones imaginales.

Estos mundos autonómicos de la literatura proveen de los insumos básicos para la autorepresentación y afianzamiento de universos simbólicos a constituirse en una realidad referencial de las dimensiones sociohistóricas, universos donde la figuración actancial es determinante en la construcción de lógicas de sentido soportadas por el desdoblamiento de ‘lo humano’ en las circunstancialidades enunciativas alegorizadas en el texto, el punto neurálgico donde van a coincidir las miradas buscando las isotopías decantadoras de la dinámica argumental. De por sí estas miradas constituyen una lógica de sentido sobre determinado acontecimiento –visión del autor–, al mismo tiempo es la lectura sobre ese acontecimiento resignificado por el otro que lee –lector, personaje–, dentro de la producción de significación más allá de la literalidad.

Esta relación de miradas como formas de interpretación juega un papel de suma importancia en los textos artísticos y su generación de significación, que para efectos de esta reflexión, gira en torno a la construcción de la dinámica actancial, ubicada ésta alrededor de la interacción de los sujetos enunciantes y su ubicación en función de los modos de ‘leer’ el texto, a más decir, modos de leer el mundo articulado en construcciones imaginales. En las cuales el personaje deja de ser una ‘instancia de papel’ para convertirse en ‘metáfora viva’ de quienes buscan en la literatura la duplicidad que conceda una identidad narrativa que va más allá del simple acto de leer.

Atendiendo a la dinámica actancial, la figura del personaje queda diversificada en el acto mismo de la argumentación, pues él es inherente al sujeto enunciante, es su estampa y figura sin ser necesariamente un calco, sino más bien, el reflejo no-condicionado a prejuicios o etiquetas, porque el personaje literario es una instancia profundamente patémica, como tal, no obedece a sujeciones del autor o del lector. Por el contrario, subvierte en función de las lógicas de sentido establecidas en las historias textuales o narradas y su profundo nivel autonómico para diversificarse ante la mirada creadora de los intervinientes en el proceso resignificante.  

Por esta razón, el personaje literario es producto de las analogías imaginales que lo convierten en una instancia a articularse sobre la triangulación actancial: autor–lector–personaje. Confluencia donde todos cohabitan desde diferentes espacios, recorren múltiples caminos para llegar al lugar común del texto que se resiste a ser enclaustrado en los fórceps de las lecturas convencionalizadas por métodos inamovibles o recetarios lapidarios. Desde las analogías imaginales, el personaje apela a la dialéctica simbólica para manifestarse más allá de la simple textualidad, e instalarse en los predios de la cotidianidad, para señalar los horizontes en los que aguarda la vida hecha palabra, transfigurada en espejismo donde habitan las certidumbres entrelazadas a las más disímiles interrogantes.

Aún más, el silente personaje de toda creación textual es la palabra, es ella el duende que dicta, mueve los hilos de la acción,  sorprende al sujeto enunciante al jugar a la memoria. Entonces, el verdadero personaje es la palabra como instancia nemotécnica que permite graficar los recuerdos y convertirlos en historia textual. Lógicamente, esos recuerdos serán el puente traslativo entre un presente intacto y la memoria que invade espacios, va y viene con plena autonomía tejiendo una red de complejidades dentro de los textos.

*Doctor en Ciencias Humanas

Profesor Titular Universidad de Los Andes-Venezuela

Coordinador General Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias (ULA-LISYL)

Miembro Correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua. Correspondiente

de la Real Academia Española.

Blogspot: http://apuntacionessemioliterarias.blogspot.com/

Instagram: @hercamluisja

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