Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
La presencia de la familia franciscana en Venezuela se remonta a los albores de la evangelización americana. Junto con los dominicos, agustinos, jerónimos, y décadas más tarde con los jesuitas, fueron los que recorrieron nuestros territorios, lo amaron y se percataron de su riqueza humana, convirtiéndose en los defensores de sus culturas y tradiciones que amalgamaron con la que traían del viejo mundo.
En el siglo XVIII, la rama capuchina evangelizó buena parte del territorio venezolano. Correspondió a los andaluces en el centro y llano, y a los catalanes en Guayana, dejarnos su impronta. La guerra de la Independencia y las leyes grancolombianas y republicanas acabaron con su presencia. Ya para 1840 sólo quedaban uno que otro, sin comunidad, actuando como curas diocesanos.
En la última década del siglo XIX reaparecen los Capuchinos de Castilla en Venezuela. Su misión principal fue la de adentrarse en los abandonados territorios de frontera, donde las escasas tribus que sobrevivían, recibieron el apoyo de aquellos nuevos misioneros. Motilones y Goajiros, Pemones y waraos formaron los vicariatos de Machiques, Caroní y Tucupita. La mayor parte de aquellos hombres procedían de las provincias castellanas con preeminencia de las poblaciones de León.
Cuando se transita por los pueblos de esta extensa provincia, en el noroeste español, llama la atención el encontrarse con nombres que nos resultan familiares. La razón es muy sencilla. Hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965), las personas que ingresaban a las órdenes religiosas cambiaban su nombre de pila por otro nombre que se llamaba “de religión”, y se añadía enseguida como apellido el nombre del pueblo del cual procedían.
Armellada, Bembibre, Valverde, Destriana, Toral, Villamamán, Turcia, Villanueva, Villafranca, son nombres de poblaciones, algunas diminutas, pero en las que guardan con primor el recuerdo de sus hijos que peregrinaron a lejanas tierras a evangelizar. Duros caminos, clima frío en extremo en invierno y caldeado en verano, donde el trabajo y el tesón marca la vida de aquellas comarcas, reflejan lo que estos hombres hicieron en nuestro suelo. Trabajar sin denuedo, con amor a la nueva realidad, imprimiéndoles el sello de su querencia natal.
De Armellada procedía Fray Cesareo, hombre de letras y luces que dejó numerosos escritos históricos y nos legó páginas increíbles de la cultura pemón. Tuve la dicha de celebrar la fiesta del Santísimo y la Virgen en Turcia. Allí observé la tumba de Mons. Santiago Pérez, Vicario Apostólico del Caroní, desaparecido prematuramente por el cáncer que lo llevó a la tumba de forma inesperada. Compartí con sus hermanos y sobrinos. Juntos elevamos una oración por él y por la tierra venezolana a la que amó y sirvió como misionero, provincial y obispo capuchino. Una feliz iniciativa de sus coterráneos recogió en voluminoso libro su periplo vital.
No nos queda sino agradecer al Señor, la presencia de decenas de misioneros capuchinos que vinieron a Venezuela a darlo todo por el bien de los más pobres, entre ellos los indígenas. Que no desaparezca este espíritu misionero y que sea correspondido por nuestra parte con vocaciones que vayan más allá de nuestras fronteras a sembrar paz y bien.
40/ 30-8-10 (3293)
La presencia de la familia franciscana en Venezuela se remonta a los albores de la evangelización americana. Junto con los dominicos, agustinos, jerónimos, y décadas más tarde con los jesuitas, fueron los que recorrieron nuestros territorios, lo amaron y se percataron de su riqueza humana, convirtiéndose en los defensores de sus culturas y tradiciones que amalgamaron con la que traían del viejo mundo.
En el siglo XVIII, la rama capuchina evangelizó buena parte del territorio venezolano. Correspondió a los andaluces en el centro y llano, y a los catalanes en Guayana, dejarnos su impronta. La guerra de la Independencia y las leyes grancolombianas y republicanas acabaron con su presencia. Ya para 1840 sólo quedaban uno que otro, sin comunidad, actuando como curas diocesanos.
En la última década del siglo XIX reaparecen los Capuchinos de Castilla en Venezuela. Su misión principal fue la de adentrarse en los abandonados territorios de frontera, donde las escasas tribus que sobrevivían, recibieron el apoyo de aquellos nuevos misioneros. Motilones y Goajiros, Pemones y waraos formaron los vicariatos de Machiques, Caroní y Tucupita. La mayor parte de aquellos hombres procedían de las provincias castellanas con preeminencia de las poblaciones de León.
Cuando se transita por los pueblos de esta extensa provincia, en el noroeste español, llama la atención el encontrarse con nombres que nos resultan familiares. La razón es muy sencilla. Hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965), las personas que ingresaban a las órdenes religiosas cambiaban su nombre de pila por otro nombre que se llamaba “de religión”, y se añadía enseguida como apellido el nombre del pueblo del cual procedían.
Armellada, Bembibre, Valverde, Destriana, Toral, Villamamán, Turcia, Villanueva, Villafranca, son nombres de poblaciones, algunas diminutas, pero en las que guardan con primor el recuerdo de sus hijos que peregrinaron a lejanas tierras a evangelizar. Duros caminos, clima frío en extremo en invierno y caldeado en verano, donde el trabajo y el tesón marca la vida de aquellas comarcas, reflejan lo que estos hombres hicieron en nuestro suelo. Trabajar sin denuedo, con amor a la nueva realidad, imprimiéndoles el sello de su querencia natal.
De Armellada procedía Fray Cesareo, hombre de letras y luces que dejó numerosos escritos históricos y nos legó páginas increíbles de la cultura pemón. Tuve la dicha de celebrar la fiesta del Santísimo y la Virgen en Turcia. Allí observé la tumba de Mons. Santiago Pérez, Vicario Apostólico del Caroní, desaparecido prematuramente por el cáncer que lo llevó a la tumba de forma inesperada. Compartí con sus hermanos y sobrinos. Juntos elevamos una oración por él y por la tierra venezolana a la que amó y sirvió como misionero, provincial y obispo capuchino. Una feliz iniciativa de sus coterráneos recogió en voluminoso libro su periplo vital.
No nos queda sino agradecer al Señor, la presencia de decenas de misioneros capuchinos que vinieron a Venezuela a darlo todo por el bien de los más pobres, entre ellos los indígenas. Que no desaparezca este espíritu misionero y que sea correspondido por nuestra parte con vocaciones que vayan más allá de nuestras fronteras a sembrar paz y bien.
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1 Comentarios
La familia de Mons. Santiago Pérez le agradece su recuerdo a quien tanto queremos y recordamos con cariño su visita. Saludos cordiales.
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