Alexis
José Urbina Pimentel
Corría el año 1993. Habían pasado tres
años desde mi graduación de Licenciado en Educación, en la vieja Universidad de
Los Andes de la Mérida serrana. Eran otros tiempos, y retornar con frecuencia a
esa ciudad que me había dado tanto, entre humores, amores, olores y colores,
era sencillo. Hoy dicen una frase un tanto ilógica y sin sentido como es el
“que éramos ricos y no lo sabíamos”, y digo ilógico porque si lo sabíamos, pero
unos muchos no lo entendían, y en una funesta práctica de la crítica por la
crítica malsana y no constructiva, apostaron a la destrucción de la coherencia
social, para cegarse en la trampa de un mal encantador de serpientes. Eran los
últimos destellos del cantinflerico “ta barato, dame dos”, espejo de aquella
“Venezuela Saudita.
Sin duda alguna, los venezolanos éramos
otros. Teníamos un nivel alto de vida, que conllevaba a burlábamos de nuestra
propia opulencia (ingenuidad pura), y donde los profesionales se valoraban por
sus logros y no por su militancia política: meritocracia al por mayor. Sin
embargo, no todo era perfecto, existían los problemas sociales, como la
corrupción y la injusticia, aunque en pañales ante lo grotesco, que se forjó y
enquistó luego, a tal punto, que sólo nos queda un dejo de tristeza y unos
cuantos suspiros.
Ahora bien, lo que realmente quiero
relatar, sucedió una fría y lluviosa noche de ese año, creo que en noviembre.
Tenía una semana en Mérida, cuando me enteré que Umberto Eco, daría una
conferencia sobre semiología en el Aula Magna de la Universidad.
A todas estas, ni corto ni perezoso, la
noche de la ponencia, me dirigí a escucharla. Y precisamente en el pasillo para
ingresar al Aula Magna, me encontré con María Del Valle, una mulata, de gran
tamaño, que estudiaba Derecho y a quien yo conocía desde hacía varios años. Nos
saludamos y entramos al recinto, con la suerte de encontrar asiento para los
dos, pero sin poder obtener los audífonos necesarios para traducir la ponencia,
en este caso del italiano al español, lo cual realmente era un problema nimio,
ya que al final de cuentas, lo importante era escuchar lo que expondría tan
ilustre personalidad del universo literario.
Debo reconocer, que en los primeros
momentos de la ponencia, no entendía absolutamente nada, pero al transcurrir
los minutos, ya podía identificar el tema. Umberto Ecco, estaba discerniendo
sobre los orígenes y evolución de las lenguas anglosajonas, romances y el
antiguo gaélico. Fue una noche memorable, la sola presencia del laureado
escritor, la hacía especial. Ya para finalizar, el semiólogo hizo alusión, a su
novela histórica más reconocida, “El nombre de la Rosa”, obra que yo ya había
leído y que trata de las aventuras de un monje benedictino del siglo XIV.
Como colofón, Eco manifestó su deseo de
firmar autógrafos, y yo por supuesto quería que el gran semiólogo italiano, me
firmara el libro que cargaba en ese momento, aunque existía un pequeño
problema: precisamente no era de su autoría. Tenía era “El Canto General” de
Pablo Neruda.
Después de varios minutos de duda, me
decidí ir al podio en que se encontraba el semiólogo. Me acerque a él y le
estreche su mano, pasándole el libro para que me lo autografiara, y ahí fue
donde su cara sufrió para mí una transfiguración, diciéndome en
altisonantemente italiano, algo parecido a “yo no soy Pablo Neruda”, tomando
toscamente el lápiz, escribió su nombre en el libro. Y así fue, como obtuve su
autógrafo, con un trazo que por poco rompe la página.
Luego, María del Valle y yo nos
retiramos del recinto universitario. Salí complacido una vez más como
perseguidor perenne de autógrafos, pero satisfecho del conocimiento obtenido.
Fue así, que surgió la idea de poner en práctica, la jerga italiana, sugiriendo
a mi compañera: “tomemos una birra”.
alexisven04@hotmail.com
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