Vino el Papa.

Contar sobre el arribo del Papa a Mérida en los años ochenta, es regresar un poco a tiempos ya vividos. Que les puedo decir, yo a mis diecinueve años, con tanta juventud en el cuerpo. Puedo reseñar que Karol Wojtyla, conocido por los hispanoparlantes como Juan Pablo II, se apersonó por este lado del mundo un enero de 1985.

Yo para la época tenía una formación ideológica, que en nada se parece a lo que soy hoy en día, -era socialista-. Muchas lecturas me llevaron a ello, en mis primeros años, como a los catorce o quince años leí literatura socialista, puedo recordar el libro “Socialismo para Venezuela” de Teodoro Pekoff y el Manifiesto Comunista, entre otros. Ahora bien, que cómo y porqué los leí, les puedo decir que eran libros de mi tío Francisco, quien para la época era alumno de Educación en el Pedagógico,  y como estudiante de las áreas sociales, debía responder al modismo de la época ser librepensador tendiente a la izquierda.

Yo por esos días me encontraba en Boconó, todavía en vacaciones semestrales. No obstante la dicotomía ideológica, un socialista, que casi rayaba en comunista, -con la facilidad económica de un capitalista- tenía la sentida necesidad de ir a ver el Papa, quien iba a estar dando una misa en  los espacios abiertos de la Hechicera en Mérida.
Se me ocurrió, para ir a Mérida a la misa del Papa, invitar a mi amiga María, cuyo nombre la hacía especial para acompañarme, porque María es el nombre bíblico más emblemático, -es el nombre magnánimo de la madre de Jesús-. A todas estas, María, me dijo, que sí me acompañaría. 

Y así fue que planeamos el viaje, que efectivamente iríamos a ver el Papa. Entonces había que solucionar lo del dinero para ir. Recuerdo que para el traslado hacia Mérida, nos ofreció la cola, Francisco Arias, quien era el padre de mi amigo Javier y que en su condición de ferviente católico, iría junto a su esposa y su hijo, a ver al Santo Padre. Debo ser explícito en señalar, que yo para el momento era estudiante de de educación, en la Universidad de los Andes, ubicada precisamente en Mérida.

No obstante, no fue fácil, la salida hacia Mérida, puesto que, yo me había puesto de acuerdo con María para que la buscásemos a la una post meridiem. Pero, como todo tiene su “pero”, cuando la fuimos a buscar en la camioneta de Francisco,  María no estaba lista, para salir de una vez, ya que tenía que arreglar ciertos problemitas personales, como es caso del permiso para viajar a Mérida.  Estas pequeñas  indefiniciones, nos retrasaron un poco, más sin embargo, como buenos viajeros logramos darle solución.

Ya en el viaje, surgió una conversación, sobre las dictaduras en el mundo, sobre sus efectos desbastadoras, y sobre las dictaduras más recientes que había tenido Venezuela. Se habló de lo recio que fue el Gobierno de Juan Vicente Gómez, de cómo a través de la dominancia estructural se subyugó un pueblo por más de veintiocho años, de como el dictador utilizó a sus hombres más cercanos para aplastar el pensamiento de un pueblo. También se habló de las seis constituciones que hicieron los gomecistas para mantenerse en el poder.

Recuerdo que cuando pasábamos por el Pico el Águila, intervino Javier, quien con voz ronca, se encargó de ilustrarnos sobre la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, -aquel obeso tachirense que mando  en Venezuela a mediados del siglo veinte-. Y quien sin ningún tipo de reparo demostró que el poder carcome a quien lo ejerce, si no tiene el mínimo pensamiento democrático. Este personaje, que más bien parece traído de un comics,  se encargó de patentizar el miedo en la población de Venezuela, mediante la llamada Seguridad Nacional.


Arribamos a la excelsa “ciudad de los caballeros” a eso de ocho y media de la noche. Luego, María y yo, nos dirigimos a mi residencia, que recuerdo estaba ubicada en la parte alta de la Hoyada de Milla, un poco más arriba de la antigua Facultad de arquitectura.
A llegar a la casa, la encontramos relativamente sola, únicamente se encontraban Eyilda y Richard, dos residentes.
Al día siguiente, al dirigirnos hacia la Hechicera, lo hicimos lentamente, caminando desde la casa, puesto que, en la “emeritense” ciudad estaba paralizado el tráfico. Así pues, bajamos hacia la facultad de arquitectura, después llegamos al distribuidor que se encuentra en el comienzo de la Avenida Universidad y comenzamos a ver como subían gran cantidad de personas –coloquialmente pudiera decir un mar de gente- luego seguimos hacia el básico de ingeniería y comenzamos a subir por la avenida que se encuentra detrás del la Facultad de de Ciencias Forestales. En ese momento la multitud era tal que nos apretujábamos los unos con los otros. Cuando llegamos al improvisado parcelamiento,  recuerdo que unas monjas nos dirigieron hacia la parcela la b -3.

Más tarde apareció la imagen majestuosa de Giovanni Paolo, Johannes Paul o más fácilmente el Juan Pablo II, el Papa amigo, como le gustaba que le dijesen. A los pocos minutos se escuchó la voz de Adrian Guacarán, un niño de tez morena, cantando una canción que  a nuestros oídos sonaba bellísima, era “el peregrino”.  

Hoy día, a más de treinta años de la visita del Papa Juan Pablo II a la ciudad de Mérida, -en pleno 2020- la  conversación sobre dictadores, se hace vigente, se retoma, -cual disco repetido-. Aunque, en este instante, ya no están mis amigos, es un soliloquio, de pensamientos, de verdades, tan groseramente amargas, tan desnudadoras de nuestro ser, situaciones que realmente no debiéramos pasar, es como pagar pecados que no hemos cometido. Por eso en mi disertación soliloquial sobre dictadores, no sólo se queda en los ya mencionados Gómez y Pérez Jiménez, sino que también se hace alusión a lo que ha sucedido en estos primeros años de siglo XXI.

Puedo señalar, que “mi otro yo”, sacó a colación el tema, -que hoy día se viven tiempos de dictadura-, y es taxativo en manifestar que -en esos primeros años de este milenio, un militar, con la figura nefasta de quien valiéndose de una gran suerte política y un verbo erróneo pero efectivo para llegar a las masas, produjo la hecatombe y el desbarajuste jamás vividos en esta tierra de gracia-. Y la guinda de la torta, catorce años después apareció la figura del dictador ideal, quien ve su imagen puede percibir una especie de sincretismo fisionómico entre Idi Amín y Saddam Hussein.  
Para finalizar, puedo indicar, que el Papa Juan Pablo II, ya ha sido canonizado, que María sigue siendo mi amiga, y que la esperanza es lo último que se pierde.

Alexis José Urbina Pimentel
              alexisven04@hotmail.com


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