LA PARÁFRASIS COMO ENCUBRIMIENTO DEL PLAGIO


*Luis Javier Hernández Carmona

La gente goza de tan poca fantasía que tiene que recoger con ansia unos de otros esos pequeños adornos de la conversación. Son como traperos o colilleros de frases hechas.

Pío Baroja

El mundo intelectual es un intrincado laberinto donde las refulgencias ocasionales eclipsan las esencias creativas. Más aún, en el aspecto académico estimulado desde la competencia por alcanzar estándares y ratings en los diversos programas de acreditación de la investigación o la docencia a través de estímulos económicos o ascensos; pero sobre todo por el reconocimiento ante un conglomerado de pares. De allí surge una muy marcada tendencia a acumular constancias, intentar publicaciones en revistas arbitradas e indexadas para engrosar currículos a ser exhibidos como cartas de presentación ante cualquier circunstancia que así lo requiera. Acciones en ningún momento cuestionables porque forman parte de una dinámica natural del quehacer académico. La infracción surge cuando esas prácticas comienzan a reñirse con los elementales principios de la honestidad y consciencia del sujeto en función de su labor intelectual como una práctica de vida y no simple euforia que conlleve a convertirse en un ‘acumulador compulsivo de acreditaciones’.

En este sentido la labor de docencia e investigación va más allá de un oficio remunerado o simplemente reconocido para el ensanchamiento de egos que llegan hasta el colmo de presentar acreditaciones forjadas, venidas de amigos solidarios que legitiman un supuesto curso dictado en una maestría, una conferencia, o la constancia de publicación de un artículo, que permita ‘sumar’ puntos en la medición a la que acuden presurosos por reconocimientos y remuneraciones. Aunque suene descabellado y hasta extremadamente ‘romántico’, la labor de la docencia e investigación es una pasión que no acepta chantajes ni degenera en un insolente tráfico de documentos y acreditaciones; es singularmente una práctica honesta para enriquecer individualmente a quien la ejerce idóneamente, además de constituir un verdadero aporte en la formación del otro.

Son diversos los mecanismos a utilizar para esa acumulación de acreditaciones, y mucho más, las justificaciones como: “es que estoy comenzando en esta área y poco a poco me tengo que dar a conocer, además la divulgación del conocimiento es libre y puede ser compartida”. A lo cual es posible acotar: el reconocimiento surge de los aportes, y con ellos, está implícita la originalidad; de igual forma, el conocimiento ha de difundirse, sin lugar a dudas, pero siempre respetando las fuentes originales; de lo contrario, está cayendo en un impresionante lodazal llamado plagio. Que no solo está representado por el ya famoso e institucionalizado ‘corta y pega’, a él se suma la apropiación de trabajos de los alumnos o la copia fiel y exacta de extractos de libros y revistas, además de otros procedimientos más refinados, entre ellos: la paráfrasis como encubrimiento.

Antes de desarrollar la idea de la paráfrasis como encubrimiento del plagio, quisiera significar una de las más arduas labores del mundo editorial con respecto a este flagelo y los riesgos latentes al momento de avalarlo en una publicación, a pesar de solicitar a los autores cartas de originalidad para de alguna forma blindar la casa editorial ante esta irregularidad, no deja de ser un riesgo que ningún editor quisiera correr. Recordemos las repercusiones a nivel mundial de las acciones emprendidas en contra del plagio en países donde realmente funciona una legislación sobre la propiedad intelectual, ocasionando hasta renuncias de magistrados, gobernantes y políticos. Así que en el mundo intelectual acusar de plagio a alguien representa una de las mayores descalificaciones que puedan existir para un autor, prácticamente es su linchamiento e inhabilitación ante el aforo académico y público en general.

Ahora bien, para desarrollar la idea en cuestión, ocurro a la definición de plagiar del diccionario de la RAE (2002): “Copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”, para insistir en ‘lo sustancial’ y de esta forma alejar la idea de que solamente el ‘corta y pega’ es la más excelsa forma de plagio; ya no, desde la aparición de los programas antiplagio para detectar cualquier copia devenida de internet. Hallada en las convencionales ‘glosas académicas’ caracterizadas por la recurrente y redundante citología textual, aquellos encadenamientos de citas de un autor y otro para desarrollar un determinado tema sin que contenga un real aporte de quien las utiliza, sencillamente es un entretejido de citas a manera de información genérica, epidérmica, por demás.

Ahora existe otra, la paráfrasis, una muy sutil y efectiva forma de encubrir el plagio, entendida ésta según la definición del diccionario de la RAE (2011), como la “Explicación e interpretación amplificativa de un texto para ilustrarlo o hacerlo más claro o inteligible”, lo cual quiere significar que es el establecimiento de un elemento mediador entre un referente teórico y un texto derivado desde determinada interpretación, para decir ‘con otras palabras’ lo dicho por el texto base, digerirlo para entregarlo a otro o usarlo a modo de antecedente para argumentar en función de determinada perspectiva metodológica, pero siempre mencionando la fuente original, quizá basta un pequeño pero honesto llamado a pie de página para indicar a quien pertenece el material parafraseado, de esta forma el lector interesado en profundizar puede ir a la fuente original, o al menos contar con la referencia primigenia, de lo contrario queda en evidencia el plagio, aun maquillado, no deja de ser plagio.

Con respecto a lo anterior, cualquier interesado puede argumentar que desde los clásicos no existen textos originales, todo pareciera reducirse a una larga cadena de imitaciones. Un interesante y polémico tema al cual el crítico y teórico literario estadounidense Harold Bloom dedicó un interesante libro´: La angustia de las influencias (1973), donde refiere la imitación creativa a manera de procedimiento estético para impulsar la inventiva, reconociendo esta imitación a modo de una influencia determinante entre un autor y otro, sin que ésta merme validez y originalidad al texto derivado. Así reconoce un productivo continuum imitativo que mediante concordancias o confrontaciones va generando nuevos textos y aportes sobre determinado tema.

Indudablemente el uso de la paráfrasis es un recurso de amplio espectro para posicionar en un momento determinado lo comprendido y enriquecer la argumentación a través de una redacción denominada parafrástica que incluye una interpretación determinada por un encauzamiento metodológico que conlleve a resultados con profundos soportes argumentales. En tal sentido el texto referenciado asume la base conceptual, al mismo tiempo que es reinterpretado en función de una aplicación teórica determinada o la instrumentación de ‘giros epistemológicos’ sobre diferentes temas. Algo más que loable al momento de reconocer méritos y aportes de los diversos trabajos académicos establecidos como una productiva reescritura a formar sustanciosas cadenas significantes. Destacando que esta reescritura siempre va a respetar la fuente original a convertirse en fuente aludida para la sustentación argumental, hecho a otorgar relevancia y profundidad a los textos en cuanto soporte teórico para el tratamiento del tema a considerar.

Aun así, la paráfrasis se convierte en una forma de encubrir el plagio al convertirse en tránsfuga referencial que usa términos sin la referencia originaria o texto antecedente mediante diversos procesos de maquillaje para alterar la estructura literal, pero la esencia sigue siendo la misma del texto plagiado. Generalmente ‘modificado’ con inserciones textuales que juegan con la sinonimia a manera de recurso práctico para variar esa estructura literal, al camuflar la intención del plagio con ornamentos estilísticos. De esta forma intenta pasar desapercibida la acción del plagio, muy repetitiva por cierto con las clases a nivel de postgrado, en las cuales las ideas creativas de un docente son maquilladas o edulcoradas para ser presentadas como propias.

Es impresionante leer trabajos de seminarios de postgrado o escuchar exposiciones para percibir las ideas expresadas en clase por el docente bajo unos exquisitos maquillajes pero sin nunca referir la fuente original. Obviamente estoy refiriendo a clases basadas en la creatividad y planteamiento de enfoques novedosos, nunca una clase de un docente ágrafo puede ser plagiada, pues son una interminable sucesión de citas que si son repetidas de la misma forma, logran superar las exigencias de la evaluación <<sin que la sangre llegue al río>>. Siempre he pensado que las clases deberían tener derechos de autor, no sé cómo, pero debería resguardarse la inventiva docente que va más allá de una remuneración económica, al representar la mayor expresión del espíritu docente comprometido con la investigación, la ética y el decoro académico.

De allí una gran diferencia entre la labor investigativa seria, sostenida y soportada por la consciencia del que la ejecuta y la elaboración de un trabajo circunstancial para la aprobación de una asignatura u obtención de un grado académico, donde la circunstancialidad apremia sobre la aplicación del menor esfuerzo para alcanzar el mayor provecho. Porque en el trabajo de investigación debe prevalecer el sentido ético enmarcado dentro de un ejercicio de respeto y dignidad hacia sí mismo y el otro, pues como dice el escritor estadounidense Harlan Cobe en la novela Solo una mirada (2004); “También había una tenue línea que separaba la influencia del plagio”, de allí que sea la consciencia quien impere al momento de respetar esa delgada línea. 

Paradójicamente esa apropiación de las ideas ajenas despoja al autor original de todas las prerrogativas sobre ellas, pues de volver a usarlas, de plagiado pasará a ser plagiador, o al menos manoseadas y desvirtuadas, perderán su verdadera esencia. Porque es una regla inquebrantable de que nunca una idea plagiada va a ser desarrollada con la sapiencia, profundidad y rigurosidad de su planteamiento original, dejando en evidencia que el plagio además de ser un acto delictivo, es una contundente muestra de incapacidad argumental.

En virtud de lo anterior cada vez es más difícil la labor de los mentores académicos de no arriesgar sus ideas innovadoras al momento de asesoramientos, conversaciones, conferencias, de ser plagiados. Aun es difícil el uso del nosotros en quienes redactan un trabajo especial de postgrado o tesis doctoral, al individualizarse la figura del investigador ante la sombra de un tutor que pareciera importar simplemente por un requisito institucional y no por su sapiencia o aportes sobre el tema a presentar, pero en el fondo, son sus ideas las que soportan el texto, muchas veces inéditas que por una mala praxis cambian intempestivamente de dueño. Ante esto, recuerdo una añeja conversación con un curtido investigador español que aconsejaba: “antes de llevar la idea al aula, congreso o comentarla, hay que publicarla como Dios manda, en estos predios no existe la sinceridad, es el interés el que mueve el mundo, y más el mundillo académico, una verdadera tómbola”.

Si dejamos el ámbito académico e ingresamos a las redes sociales, vamos a encontrarnos con prácticas más allá de la paráfrasis, en las cuales los materiales publicados son reproducidos de manera descarada, directa y explícita sin considerar las fuentes originales en nombre de una libertad otorgada por una democratización del conocimiento y el compartir de saberes sin distingo alguno. De allí la indefección de los blog post u otras formas de publicación en la red frente a cazadores de información que hasta llegan a contratar asistentes para realizar sutiles maquillajes a los textos para posteriormente reproducirlos en páginas que generan dividendos.

De hecho siguen imperando las improvisaciones en todos los sentidos y maneras donde la falta de compromiso al cumplir con los requisitos para la obtención de un grado académico o las ansias por ‘rellenar’ con contenido páginas de la red, maltrata y distorsiona el real, serio y consistente ejercicio investigativo guiado por una profunda convicción de originalidad, de propuestas novedosas resultantes de sostenidos y acuciosos trabajos de documentación y práctica intelectual, un ejercicio apuntalado por la tecnología, al mismo tiempo asediado por ella al ofrecer al plagiador novedosos recursos para ‘sustraer’ la información y luego maquillarla bajo los efluvios de la tránsfuga referencial. 

Así que todo seguirá pendiendo del carácter ético-moral del lector, investigador, alumno, docente o de quien asuma la tarea de producir textos con interés académico o de cualquier otra índole, todos seguirán moviéndose en esa delgada línea de la influencia y el plagio, unos persiguiendo sus sueños a través de los senderos de la innovación; otros, esperando la luz de los creativos para tratar de alumbrar sus insípidos caminos interpretativos con las luminarias del plagio, la única vía posible para encontrar visibilidad en su reducido ámbito intelectual, si es que este calificativo de intelectual pudiera encajar cuando de plagio se trata, porque el trabajo intelectual es la búsqueda metódica del saber acompañada de las más profunda innovación para la propuesta de renovados principios de argumentación.

El Paraíso, mayo, 2021

*Doctor en Ciencias Humanas

Profesor Titular Universidad de Los Andes-Venezuela

Coordinador General Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias (ULA-LISYL)

Miembro Correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua. Correspondiente de la Real Academia Española.

Blogspot: http://apuntacionessemioliterarias.blogspot.com/

Instagram: @hercamluisja

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3 Comentarios

  1. Cierto. Es que pudiera tener relación con la traducción de obras literarias. Las traducciones nunca son las mismas. En muchos casos distan del discurso original. Ahora, acá lo del plagio no cala por suponerse que seguirá siendo la obra y seguirá perteneciendo a su autor. Pero qué sucede con temas que son tomados y transformados por otros autores. Coloco el siguiente ejemplo el cuento breve de García Márquez, LA MUERTE EN SAMARRA, tengo entendido que Vargas Llosa y otros autores realizan una suerte de adaptación del cuento. Es la misma idea sólo que con otros personajes. Mi pregunta es, si ¿el hecho puede tomarse de plagio? o sencillamente ¿el remedio es tildarlo de adaptación? Muy bueno su artículo.

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  2. La muerte en Samarra es una adaptación de García Márquez de un cuento de Yalal ad-din Rumi.

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