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Alexis José Urbina Pimentel
Creo que el título de esta entrega es elocuente, lo digo sin ningún tipo de
resquicio y sobre todo con el orgullo de haber sido educador por más de
veinticinco años. Muchos de los que me conocen pudieran decir -“pero si trabajó
veinte años en el Ministerio de Educación”- lo entiendo como una verdad a medias, porque la realidad es que además de
haber impartido clases a una gran cantidad de alumnos en el Liceo Bolivariano “Armando Madrid” de San Miguel; en el
Liceo Bolivariano “Padre Durán” de Burbusay;
en la Unidad Educativa “Salvano Velasco”
en la Vega Arriba de Boconó; y en el Liceo Bolivariano “Dr. Carlos Barazarte” de Mosquey; años
antes, también impartí clases en el Liceo “Mario Briceño Iragorry” de Mérida. Aunado
a ello, además laboré como profesor de pregrado en el Tecnológico de la Fundación La Salle; en la UPEL; en la UNA de Boconó
y Mérida.
Ahora bien, volviendo al título del artículo, puedo señalar que el orgullo
de ser educador no se disipa con el tiempo, al contrario se hace cada vez más solido,
fuerte y aguerrido. No obstante, en la actualidad los hechos y las realidades
son otras, ya los docentes no somos respetados por las estructuras de poder del Estado, que hoy día se encuentran
en manos del poder fáctico y a Dios gracias transitorio de un gobierno
inoperante. Así pues, como consecuencia de la desidia institucional, los docentes
hemos visto como se desmejora cada día nuestras condiciones de trabajo; así
como, se nos destruye nuestros salarios, que consecuentemente nos hace testigos
y coparticipes de un destino socialista, que muchos no queremos, ni
compartimos.
Fíjense bien lo que sucedió con la tan cacareada “reconversión monetaria”, nosotros los educadores no somos entes
de gobierno, -no pedíamos la mencionada reconversión-, no teníamos que resultar
ni beneficiados ni perjudicados que el gobierno implementase esa medida. Si
embargo, fuimos los grandes perdedores, nos atracaron sin ni siquiera ponernos
una pistola, nos quitaron la bicoca de dieciocho salarios mínimos,-no era
mucho, pero de algo servía- nos dejaron en la inopia, nos anclaron, no al petro, sino a la pobreza.
Aun recuerdo al vocero del gobierno, -con su voz fragmentada por el engaño-
decir lexluthorianamente “los trabajadores
de Venezuela ganarán como máximo dos salarios mínimos”. Dios mío, que hizo este
señor, no le dio ni un ápice de vergüenza decir eso. Por lo demás, ni siquiera tuvo el tino de
darse cuenta que nos estaba llevando al estipendio más bajo de un educador en
el mundo, -cinco dólares mensuales-, lo que gana el trabajador de menor salario
en Haití o en Somalia.
A todas estas, no entiendo la posición de algunos educadores que defienden
este modelo socialista, -será que se están acostumbrando -. Por otra parte, como
ejemplo de la miseria a que nos han llevado, -varios botones-: hemos visto
educadores manejando taxis –cuando les sirve el carro-; vendiendo verduras en
el mercado o en la calle; viajando a Cúcuta a comprar arroz, azúcar y pasta, además he visto colegas trabajando de
albañiles; o realizando cualquier actividad. Y no es que el trabajo desmerite,
sino por el contrario cada persona debe prepararse para una actividad, es el
concepto de la división social de trabajo,
- por supuesto los socialistas no creen en dicho concepto-.
Yo por mi parte me resisto a creer, que lo que está sucediendo durará por
mucho tiempo. Por lo tanto, creo que los educadores lucharemos por nuestros
derechos, sin dejar que los intentos de diezmar nuestra bandera de lucha logren
hacernos mella en nuestra firme y justa convicción. Debemos estar claros que la
lucha actual, es por lo que fue sustraído de nuestros salarios, por lo tanto no
estamos pidiendo un aumento salarial, eso lo haremos a su debido tiempo.
Así pues, lo que sucede actualmente es un accidente transitorio para la
educación venezolana. En consecuencia, me siento orgulloso de ser educador,
-igual orgullo profeso por mis otras dos profesiones, abogado y periodista-, lo
que me hace decir, -a dios gracias-, en letras mayúsculas, NOSOTROS LOS EDUCADORES.
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