ETIQUETAS Y ESPEJISMOS GENERACIONALES EN TIEMPOS DE PANDEMIA


Luis Javier Hernández Carmona*

Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia.

José Saramago.

La memoria histórica es un complejo mosaico de etiquetas que paulatinamente van configurando un sincrético espacio significante desde el cual surgen disímiles posibilidades de argumentación, precedidas fundamentalmente por el antagonismo entre dos grandes paradigmas impuestos por la consciencia mítica: el bien y el mal; los dos extremos configurantes de toda relación enunciativa soportada por una específica valoración ético-moral. Principio que para efectos de este propósito argumental tiene vital importancia, al tratarse de un intento por revisar un delicado aspecto basado en la dialéctica generacional y los intentos por crear estancos que nada bien hacen a las relaciones de significación y construcción de lógicas de sentido en tiempos de pandemia.

Indudablemente la aparición del COVID-19 ha precipitado el resurgimiento de viejas heridas que alimentan la llamada brecha generacional a modo de histórico distanciamiento que continúa alimentando las más variadas polémicas, quizá, hoy fortalecidas por las actuales circunstancias y las reflexiones surgidas en cuanto al futuro de la humanidad; un futuro encarado desde la inmediatez personal y ante la merma de las oportunidades a raíz de las limitaciones impuestas por la pandemia. En consecuencia, resurgen añejos criterios para legar la responsabilidad sobre determinada generación, en su defecto, intentar anular a las generaciones anteriores bajo el sofoco producido por el avance tecnológico, sin detenerse a pensar que él no es simple casualidad o simple azar, sino la resultante de una acuciosa suma de logros y realizaciones.

Lamentablemente el etiquetar dentro de la evolución de la humanidad se ha constituido en una forma de anticuario para construir el gran museo de la historia universal y simplemente admirar a partir de la inamovilidad dialéctica de los acontecimientos; especie de trofeos a mostrar en medio de una puja por adueñarse de los patrimonios culturales. Pero al mismo tiempo elaborar el más suntuoso casillero para ir ‘acomodando’ los elementos representativos a convertirse en una práctica de exclusión/inclusión muy ligada a los discursos del poder económico. Ante esta situación impera la necesidad de la etiqueta de ‘patrimonio de la humanidad’ para tratar de minimizar los efectos limitantes de las fronteras físico-geográficas y reconocer el influjo de un sustrato cultural dentro del colectivo.

Ahora bien, el etiquetamiento trae consigo, además de la formalización de espacios diferenciadores, la manufactura de argumentaciones que hacen posible el sostenerse en espacios enunciativos para su consiguiente posicionamiento en determinadas circunstancias de la vida, a través de las cuales es posible obtener valiosa información al momento de indagar alrededor de un acontecimiento. Constituyendo un recurso de suma importancia para los investigadores, al permitir las etiquetas hacer una catalogación determinada por diferentes variables, un gran fichero bibliohemerográfico contentivo de una imprescindible información a través del cual han girado los intentos por comprender ‘el mundo’.

En todo caso, etiquetar es enunciar a partir de criterios sostenidos por específicas condiciones de interpretación, donde influyen múltiples factores que indudablemente están regidos por intereses muy particulares a colectivizarse con el paso del tiempo por medio de la dialéctica de la acción humana como escenario para la generación de relaciones de significación, a ser develadas según particulares enfoques teórico-metodológicos. En consecuencia, la etiqueta mítica y la etiqueta heroica son principios rectores del devenir histórico, por siempre adosados a la dimensión telúrica a modo de escenario originario que paulatinamente va poblándose a partir de lo material e inmaterial. Con respecto a la etiqueta mítica, es admirable su fuerza para sobrevivir al paso del tiempo y reactualizarse a cada momento. Un ejemplo de ello, su convivencia con la dimensión científica o lógico- racionalista para hacer cohabitar la perspectiva subjetiva en calidad de sistema argumentativo. 

En definitiva, etiquetar es enunciar bajo diversos estamentos de sujeción significante para constituir recursos de aproximación argumental que indefectiblemente están ligados a las relaciones a establecerse entre centros y periferias como ejes productores de la dinamia cultural. De esta forma la cultura es una circulación antagónica que permite, desde los sincretismos, las homologaciones argumentales para estudiarla de una manera dinámica y no como una simple abstracción a ser depositada en un estanco o nicho para producir instrumentaciones aleccionadoras, tal cual ha ocurrido con los referentes históricos mediados por las proyecciones eminentemente conmemorativas que construyen inalcanzables deidades enraizadas en espacios que tocan muy de cerca las hazañas fantásticas, para crear ‘distanciamientos’ generacionales bajo la institucionalización de paternidades ostentosas, y en muchos casos, alienantes.

Ahora bien, asumida la etiqueta dentro de un proceso enunciativo, es menester indicar que nunca ella debe indicar sesgos o estancos para promover rupturas o brechas generacionales; de hacerlo, estamos incurriendo en un peligroso ejercicio de valoración profundamente divisionista que atenta contra los principios de la contigüidad referencial a manera de presente interpretativo, entendido éste como la oportunidad de interaccionar a partir de un pasado no considerado tradición inamovible, sino memoria a reactualizarse con el paso del tiempo y evolución de las sociedades. De no considerarse de esta forma, la tradición pasaría a constituirse en una tiranía de las generaciones predecesoras y justificar las rebeliones, cuestionamientos, admoniciones y rupturas. Por las anteriores consideraciones, en momentos parece improbable la brecha generacional, y de existir, la educación debería ser llamada a rendir cuentas al respecto.

Con respecto al etiquetamiento generacional, han surgido especies de tabuladores sujetos al orden cronológico o periodización de los acontecimientos para ofrecer ‘guías prácticas’ de ubicación. En la actualidad, y según la edad, existe una tabulación consentida bajo la denominación de “generaciones de la era digital”, categorizadas de la siguiente manera: silenciosa (1925-1944), baby boomers (1945-1964), generación X (1965-1979), millennials (1980-2000), z (2001-2011)  y alpha (de 0 a 6 años). Sin la más mínima intención de describirlas puntualmente, debo acotar que con ellas ocurre un particular elemento homologante representado por los escenarios tecnológicos al crear una especie de ‘democracia virtual’ de envidiables condiciones para cualquier realidad sociohistórica al permitir la convivencia a través de la migración digital, fundamentalmente en las redes sociales y su adecuación a los diferentes tipos de vida, que con la aparición del COVID-19, incrementa su funcionabilidad en cuanto forma de interacción para vencer el distanciamiento y sus conocidas y padecidas consecuencias.

Precisamente en medio de la pandemia ocasionada por el COVID-19, a cada momento desbordan los espacios significantes a través de etiquetas que pudieran en algún momento perecer en los intentos por consolidarse, o responden a una necesidad de constituir especificidades con respecto a una circunstancialidad enunciativa, pero lo cierto es que coexisten a manera de elementos significantes. Por ello quiero centrar la atención en dos denominaciones que circulan por diferentes medios de divulgación informativa, como son: generación de cristal y juventud implicada. Dos contraplanos para categorizar actitudes, conductas y posicionamientos frente a una realidad por demás exigente de recursos innovadores para poder ofrecer alternativas de significación a convertirse en acción verdaderamente reivindicativa del sujeto y las sociedades.

Con respecto a la generación de cristal (término acuñado en 2012 por la filósofa española Monserrat Nebrera), existen diversas posturas que no voy a considerar al detalle por las características e intenciones del texto, pero sí destacar la más resaltada al momento de referirse a ella bajo los atributos de fragilidad, poca tolerancia, de constante reclamo, no comprometida, producto de hogares donde los padres por medio de una conducta reparatoria se han esforzado en darles las mejores condiciones de vida. Mientras que la generación implicada es un término quizá menos expandido, pero ya su uso comienza a destacar a través de los portales digitales de Amnistía Internacional (15 octubre 2020) para categorizar a los jóvenes dispuestos a sobreponerse a las limitaciones provenientes de la desinformación ocasionada por los adultos y el desconocimiento de sus derechos para su integración plena a los espacios sociales y el ‘protagonismo histórico’.

Bajo estas etiquetas queda sugerida la clásica fractura generacional devenida de diferentes puntos de vista o argumentaciones, pero que indudablemente siguen alegorizadas por las sempiternas categorizaciones de utilidad social, tal cual ha sucedido con la antagonización de juventud y vejez, considerada esta última desde el punto de vista de la inutilidad y hasta de carga social ante la situación económica de muchos países. De esta manera la etiqueta de la jubilación implica un desplazamiento hacia la periferia de los grandes centros de producción económica; aun cuando es imprescindible reafirmar la presencia de este sector en los espacios de interacción a través de su integración a las redes sociales.

Lo más cierto es que siguen circulando etiquetas para integrar o excluir, a la final, para crear brechas a todas luces innecesarias e inoperantes al momento de enfocar los procesos sociohistóricos como un continuum sin posibilidad a ser desarticulado en abstracciones o seccionamientos para establecer periodizaciones e intentar cortar a tajos una cadena significante indispensable al momento de establecer aproximaciones argumentales de sólidas bases y connotadas proyecciones. Ilógicamente seguimos escuchando expresiones sobre un pasado acrisolado por visiones paradisiacas para cuestionar presentes y avizorar futuros apocalípticos. Así, es recurrente la aseveración “Todo tiempo pasado fue mejor” para en nombre de una falsa nostalgia querer congelar en el tiempo una época y desarticularla de un presente. Por lo que es necesario recordar al escritor español Francisco de Quevedo para replicarla de la siguiente manera: “Cuando decimos que todo tiempo pasado fue mejor, condenamos el futuro sin conocerlo”. De allí que, las apuestas deberían estar sobre un futuro provisor de oportunidades de resarcimiento y enmienda, más aún, en tiempos de pandemia.

No es tiempo de seguir etiquetando el futuro bajo concepciones ensordecedoramente apocalípticas o determinarlo en función de la negación del pasado, en un afán de eclipsar los aportes generacionales con la espectacularidad de la tecnología, por ejemplo. Porque las bases de todo lo existente hoy están en un pasado como la gran columna vertebral para situar la esencia de la humanidad. Quizá el llamado presente semiótico nos ayude a comprender la evolución de una cadena significante convertida en causalidad histórica. Al significar este presente semiótico, el instante en el cual se producen las relaciones de significación en un momento dado y bajo condiciones de interpretación determinadas.

Allí precisamente, en ese presente semiótico, es posible convocar la convergencia a modo de escenario integrador para apreciar en los antagonismos y las contradicciones, la materia significante y sus disímiles correlatos referenciales a constituir diversas argumentaciones, indudablemente enriquecedora de un complejo proceso de significación que nunca caducará con una época, periodización o simple cronología. Visto ese continuum significante desde esta perspectiva, las etiquetas argumentales ya no realizarán un simple oficio forense o representarán una superposición de éstas motivadas por circunstancias profundamente ideológicas que segregan a los sujetos y los descentran de los objetivos colectivos.

En tiempos de pandemia y el avizorar esperanzas para un futuro, no pueden seguir pretensiones de ‘jubilar’ a las generaciones precedentes y caer en el peligroso juego de la negación para la sustitución, porque en esta práctica surgen elementos profundamente volátiles que atentan contra la cultura testimonial de los pueblos a través de la implementación de la cultura del espectáculo, la de la inmediatez y el artificio de lo foráneo para seducir con sus cantos de sirena, puesto que los tiempos de pandemia escapan a la espectacularidad para centrarnos en una realidad dura y cruda que a todas luces muestra la fragilidad de la vida y del hombre. Al mismo tiempo para mostrarnos que el ‘jubilarse’ no es un asunto de edades sino de actitudes, actitudes que devengan en acciones, y éstas, propicien los cambios y las condiciones centradas en el sujeto pluralizado en el universo generacional. Pudiera pensarse, en jubilaciones a temprana edad al asumir la existencia desde perfiles esencialmente personalistas, muchas veces justificados por la frase del Carpen diem: “Aprovecha el día de hoy; confía lo menos posible en el mañana”, de Horacio. 

En ningún momento se trata de negar cambios o trasformaciones en la evolución de la humanidad, hacerlo, sería cometer un ‘atentado histórico’ de profunda y sesgada visión que en ningún momento contribuye con cualquier reflexión sensata al respecto. Como tampoco es sensato el no reconocer un sostenimiento afectivo-subjetivo entre generaciones, generalmente vinculado a la fe, la consciencia mítica, el amor, la felicidad, entre otras, para demostrar que las empatías están soportadas por la esencia sensible, profundamente sensible, que posibilita los encuentros sin barreras ni fronteras, tal y como lo ha demostrado el arte en sus diversas manifestaciones. Obviamente, representando la música uno de los más fehacientes ejemplos de ello.

Inaudito entonces pensar que en tiempos de pandemia la profundización de brechas generacionales, etiquetando para estancar una rica y productiva evolución en discusiones estériles que responden más a una sociedad del espectáculo caracterizada por la instantaneidad, puedan arrojar algún resultado positivo para imponerse ante las circunstancias o prepararse realmente para los escenarios pospandémicos. Simplemente es una peligrosa distracción para acrecentar las angustias e incertidumbres, seguir zozobrando en un tumultuoso mar donde la ceguera de los egos no permite ver más allá de la inmediatez sociohistórica. En fin, se trata de remar todos hacia la misma dirección para alcanzar objetivos comunes; de lo contrario, seguiremos extraviados siguiendo los cantos de sirena de las sociedades del espectáculo, morando a la intemperie de la historia desasistida de los más elementales principios afectivo-subjetivos que contienen la verdadera bitácora de viaje representada por un continuum generacional más allá de las simples cronologías, límites, fronteras y susceptibilidades. El punto de encuentro para cuando amaine la tormenta y vuelvan los momentos de verdadero encuentro y tránsitos por caminos comunes.

El Paraíso, abril, 2021


 Doctor en Ciencias Humanas

Profesor Titular Universidad de Los Andes-Venezuela

Coordinador General Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias (ULA-LISYL)

Miembro Correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua. Correspondiente

de la Real Academia Española.

Blogspot: http://apuntacionessemioliterarias.blogspot.com/

Instagram: @hercamluisja


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