La crónica menor / LA UNIDAD DE ITALIA

Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo /

Italia conmemora este año el sesquicentenario del llamado “Risorgimento” (1861-2011) que condujo a la unificación política de la península itálica. Como todo hecho histórico es complejo y confuso. Generalmente, estos acontecimientos controversiales generan polémicas y lecturas controversiales. Dependen del color del cristal con que se miren. Es muy rica y dispar la enorme literatura, congresos, exposiciones artísticas y culturales que se aprecian por doquier.

Hay hombres clarividentes y agudos, en los que sobresale el equilibrio para analizar sin pasión, lo bueno y lo negativo que encierran estos hechos. El anciano cardenal Giacomo Biffi, une a su larga experiencia y sabiduría, una lucidez envidiable y el arte de la pedagogía de lo sencillo y breve. Ha escrito un pequeño libro titulado “la unidad de Italia (1861-2011), contribución de un italiano cardenal a una reevocación multiforme y problemática”. De esta pequeña joya entresacamos algunas ideas, que por carambola, bien pueden aplicarse al bicentenario de nuestra maltratada independencia.

Las cosas no suceden por azar. La unificación política de la península itálica tuvo como antecedente inmediato la invasión francesa napoleónica. Fue una experiencia traumática porque estos conquistadores galos sistemáticamente despojaron, mejor robaron infinidad de obras de arte. Además, estos soldados traían en sus alforjas, el anuncio de una radical inversión de la convivencia social que conduciría a la implantación de la moderna democracia y de la soberanía que reside en la nación. Esta nueva manera de concebir la autoridad y el poder abrió paso al proceso del “resurgimiento” de la nación italiana.

Hay que preguntarse “resurgimiento” de qué: No se trató de un renacimiento totalizante, del paso de los italianos de las tinieblas a la luz. La historia es testigo de la enorme riqueza del “settecento” italiano en diversos órdenes: científico, artístico, musical, cultural, no superado en las épocas sucesivas. La revolución política italiana del XIX fue en sustancia un proceso de anexión de las regiones bajo la legislación, estructura administrativa y burocracia piemontesa.

Lo más positivo del “Risorgimento”, a la luz del tiempo, fueron tres cosas: la primera, haber liberado a Italia de toda dominación no italiana. Lo segundo, haber reunido a todos los italianos en la realidad política de un solo Estado. En tercer lugar, la desaparición del poder temporal pontificio, anacrónico e impedimento para ejercer mejor la función pastoral. Junto a ello, es también ganancia, la independencia del Papa sellada en los pactos lateranenses en 1929.

Un valor irrenunciable, mantener hoy: un Estado sanamente laico, inspirado en los valores emergentes de la naturaleza humana, sin privilegiar ninguna ideología y ninguna fe religiosa. Democrático, respetando la voluntad popular. Social, que no se limita a garantizar los derechos formales, sino que facilite de modo responsable y solidario el progreso de toda la sociedad. Y para un creyente, que la comunidad política no pretenda imponer una concepción particular, filosófica, ideológica o teológica de la vida humana y del mundo.

El catolicismo no es, ni debe ser privilegiada como religión de Estado. Pero, es la religión histórica de la Nación, y como tal, ha contribuido mucho al alma y el rosto propio de la civilización y cultura italianas. Por ello, intentar eliminar de todo ambiente y costumbre social los signos de la tradición cristiana, sería un atentado contra la identidad histórica de nuestro pueblo.

Estas iluminadoras reflexiones sobre el sesquicentenario de la unificación italiana son una lección de comprensión amplia de la realidad compleja de la Italia actual. Y es, también, un espejo en el cual podemos vernos reflejados, quienes celebramos aniversarios de la nacionalidad, bajo el signo de incomprensión y la exclusión.
17/ 4-4-11 (3924)

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