LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL BANQUILLO


Luis Javier Hernández Carmona*

Simplifiquemos la gramática antes de que la gramática nos simplifique a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas aborígenes lo mucho que todavía tienen para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir.

Gabriel García Márquez

Hace unos días, un actor venezolano irrumpía en Twitter escandalizado porque la Real Academia de la Lengua Española (RAE), “nos obliga a hablar mal”, pues incorporó en su diccionario, el verbo transitivo accesar a su diccionario actualizado de 2020, para definir el “Tener acceso a algo, especialmente a datos contenidos en un sistema informático”. De una vez, apareció la consabida solidaridad con el postulante de la moción condenatoria, calificándola de “palabreja”; otros gritando a los cuatro vientos “nunca utilizarla”, para que su silencio fuera un contundente rechazo a las pretensiones dictatoriales de un grupo de académicos confabulados contra la castidad del idioma español.

De una vez surgió la confusión al referir que el aludido término, sustituiría al verbo intransitivo acceder, quien tiene mayor rango de significación: “consentir, ceder, entrar, tener acceso a algo, especialmente a una situación, condición o grado superiores, o llegar a alcanzarlos”. Creencia completamente errada, pues accesar surge de una necesidad comunicativa ajustada a los tiempos presentes y la gran influencia de los códigos informáticos en la vida diaria de los hablantes. Por consiguiente, su radio de acción se ha extendido vertiginosamente a todos los ámbitos de la vida, desde el teléfono móvil celular, hasta las grandes corporaciones tecnológicas; quienes a través de las plataformas digitales revelan los prodigios, magias y maravillas de los instrumentos científicos a través de los cuales el hombre alcanza objetivos insospechados en épocas anteriores.

Lo anterior revela la existencia de una competencia comunicativa que demanda una competencia lingüística para poder estar a la par de los desarrollos y evoluciones de las sociedades, nunca un idioma podrá quedarse anclado en un tiempo cronológico específico, pues el habla, será la encargada de dinamizar las estructuras de forma y contenido para ir agregando al código establecido, variantes de origen geográfico, social y cultural. Un ejemplo de ello es la palabra guachimán, el cual proviene de la influencia norteamericana en la sociedad latinoamericana, al ser una derivación de watchman o watching man, y su equivalente en español de vigilante o celador. Término asimilado en Venezuela a partir de la explotación petrolera.

Del mismo modo la RAE ha incorporado a sus diccionarios varios términos surgidos de la codificación proveniente de la tecnología y su consuetudinario uso: tuit, tuitear, tuitero (a), cederrón, blog, bloguero (a), selfi, sin menoscabo de la autonomía de la lengua española; sencillamente haciéndose eco de esa dinámica diaria sostenida en la cotidianidad de las sociedades, donde la lengua debe reactualizar sus códigos para adaptarse a las exigencias comunicativas, donde ingresa la RAE en su rol de “velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes, no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico.” De esta forma a más de vigilar y castigar, esta corporación académica registra esas constantes y necesarias adaptaciones de la lengua española en su dinámica comunicativa.

Acá debemos hacer notar que la mayoría de las acepciones incorporadas por la RAE conservan su naturaleza fonética; evidencia por demás determinante de la influencia del habla en la inserción de nuevos términos. Ello para demostrar que no es en ningún momento necesario o justificado el pronunciar el vocablo en su idioma original, tal y como lo pretenden muchas personas, quizá eso esté más cercano a un engreimiento idiomático, que a una aplicación idónea del español con respecto a los términos informáticos y su vinculación con la cotidianidad del hablante.   

Pero en función de una alardeada democratización del idioma, las redes sociales se han convertido en territorios que propugnan por una nueva instauración de códigos para el establecimiento de cofradías virtuales, y con ellas, la legitimación de modos peculiares de expresarse, o autoproclamarse escritores, poetas, o cultores de particulares formas expresivas, que aun estando reñidas con las convencionalidades, son asumidas como expresiones estéticas a ser convalidadas por quienes comparten los criterios de estructura y contenido. De esta forma, se han creado frágiles burbujas que en momentos son rotas por algún incómodo comentario u observación de algún guardián de la gramática y la redacción; otra cofradía interactuante dentro de este complejo campo de significación y contenido.

Para ilustrar lo comentado en el párrafo anterior, voy a referir explícitamente a Twitter y Facebook a modo de inmensas vidrieras para exhibir desde manifestaciones profundamente íntimas hasta argumentaciones políticas, científicas, intelectuales. Quizá esa vidriera también pueda adquirir la atribución de pecera, donde transitan diversos y variados especímenes, de distintas formas y colores, cada quien estableciendo sus predios que indudablemente, en su operacionalidad, funcionan en un gran sentido como aposentos del ego.

Ahora bien, esta relación con las vidrieras y su propósito de exhibición, implica la concepción de ser mirado e incitar al espectador a hacerse partícipe de lo exhibido. Huelgan los ejemplos sobre esa práctica comunicacional tan utilizada hoy en día, en la cual, luego de la publicación de una imagen o mensaje, se desencadenan una serie de instrumentos de legitimación de lo expresado en la red social, prevaleciendo el sentido laudatorio y aprobatorio. Esto es, conformando una cofradía alrededor de ese particular referente. Lo interesante, viene dado cuando surge la contravención, allí, la fragilidad de los cristales rompe con cualquier armonía o vínculos de tolerancia.

Surgen entonces una serie de variantes que a partir de la ontosemiótica ofrecen diversas vías de interpretación; para efectos de esta reflexión, tomaré solo la del uso del lenguaje y su trastrocamiento por medio de una democratización y liberación de las “amenazadoras normas y reglas de la RAE”, al significar ese momento enunciativo el más privado y personal acto de expresión, además, legitimado por quienes comparten el ateísmo gramatical, bajo el razonamiento de “lo importante es hacerse entender”, o “la gente entiende lo dicho a pesar de la grafía”. En apariencia, son argumentos valederos, pero en esencia, no debemos olvidar que hablamos y escribimos como pensamos, además de pertenecer a una comunidad lingüística no tan fácilmente desechable.

En este sentido leemos diferentes argumentos al momento de una transgresión de las normas gramaticales, la aparición de errores ortográficos o de construcción sintáctica, que no pueden confundirse con simples gazapos o duendecillos del teclado que en algún momento traicionan apoyados por los correctores de los dispositivos electrónicos. La referencia va más allá de tipear un texto, todo apunta hacia otras circunstancias de no admitir una clara y manifiesta vulneración a las más elementales fórmulas de construcción gramatical. Asumiendo la sanción a manera de mecanismo de defensa ante el cuestionamiento.

Sí, la sanción frente a quienes en una circunstancia determinada puedan contravenir lo expresado o hacer observaciones sobre la forma de expresarlo, al ser inmediatamente expulsados de la burbuja de cristal, “echados de casa”, expuestos ante la cofradía protectora, amenazados con la pena capital de las redes sociales: el bloqueo a una cuenta o espacio virtual. En esas ejecutorias sobresale el ego del transgresor para reafirmarse un escritor, poeta, narrador; víctima ante los asedios de los guardianes de la gramática y la redacción, al “escribir como quiera”, o “le venga en gana”, porque allí radica la libertad de creación e ingenio al momento de manifestarse a través de las redes sociales, muchas veces, argumentando esa actitud a partir de escritores consagrados, tal es el caso de Gabriel García Márquez.

Escudados en el nobel colombiano es asumida una consuetudinaria opinión sobre la contravención a la gramática como una forma de autonomía del escritor, a raíz de un discurso de García Márquez en Zacatecas, México, el 7 de abril de 1997, titulado Botella al mar de las palabras, en el cual pide humanizar la lengua, no “meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre al siglo XXI como Pedro por su casa”. Indudablemente con la adaptabilidad a los nuevos tiempos e inclinación a los cambios devenidos de la lógica comunicacional, ya lo está haciendo.

Además es el momento adecuado para aclarar que García Márquez no basó su obra en la vulneración gramatical, lo hizo construyendo una geografía imaginal surgida de la cotidianidad y la memoria; convirtió su nostalgia en arte, redimensionó la lengua española desde Latinoamérica, al crear una gramática garciamarquiana que cada vez más solidifica un atenazado universo de significación, decididamente autónomo, profundamente humano, porque su obra expresa al hombre en su gramática sensible, sin reñirse con las normas establecidas.

No necesitó escribir sus textos en mayúscula para evitar la debida y respectiva acentuación, como ocurre con algunos mensajes de las redes sociales, ignorando que las letras mayúsculas no se acentuaban en la época de las ‘máquinas de escribir’ porque éstas no tenían ese recurso, pero ahora, es común su presencia en los diversos dispositivos electrónicos. Por cierto, la escritura de un texto con esa estructura en las redes sociales, es considerada una forma de gritar a sus interlocutores. Además, para denominarse escritor, poeta, narrador, debe existir un denodado y demostrado sentido de la creación, porque la producción literaria está soportada en un largo proceso de imitación creativa, desde los clásicos hasta nuestros días. Y si desean transgredir esa convencionalidad, necesariamente tienen que conocerla.

Ciertamente la creación es libertad, pero la expresión de esa creación debe amoldarse a normas elementales para ser catalogada dentro de las manifestaciones literarias, estéticas o artísticas. Recordemos que la insurgencia proviene de lo establecido, no por simple capricho o manifestación espontánea sin reflejar las influencias sociohistóricas. Esta concepción de la no sujeción a criterios metodológicos para la creación literaria, es muy recurrente en muchos aspirantes a la licenciatura de castellano y literatura, que son adoradores de la creación literaria, pero no creen en la academia, resistiéndose a aceptar los estudios literarios como recursos válidos para diversificar el ingenio de las obras literarias, que nunca pretenden castrarlas argumentalmente; tarea de imposible concreción al tratarse de las dimensiones imaginales de los textos.

Sencillamente se trata de abandonar los radicalismos muchas veces impulsados desde la fragilidad de los egos expuestos en esa atrayente vidriera de las redes sociales; escenarios de una interesante confluencia de elementos para fomentar acciones comunicativas que vayan más allá de la irreverencia o el desafío a lo establecido, y si ese es el objetivo, bienvenido sea, siempre y cuando ofrezca la cualidad más hermosa del lenguaje: la de seducir. Y antes de llegar al contenido, prela la forma, tan igual a un plato de comida, en principio apetitoso a la vista, luego a la degustación, y en esa práctica tan usual y cotidiana, se cumple el gran precepto lingüístico de asociar la imagen con el concepto, para obtener la referencia significante, muy placentera por demás, tal cual debe ser el acto de la lectura.

La escritura no es un acto tan sencillo como parece, antes de escribir para los demás, escribo para mí mismo, aún más, la escritura creativa es un íntimo diálogo revelador de instancias simbólicas más allá de lo explícitamente manifestado en el texto, siempre quien lo lee encuentra elementos alternativos para argumentar sobre él. Es el mismo caso de una fotografía o la selección de un avatar para identificar determinada cuenta o sitio en las redes sociales, por lo menos a partir de la semiótica, pueden construirse muchas aproximaciones interpretativas a través de los indicios provenientes de ellas y en torno al sujeto enunciante.

Además el acto de la escritura es profundamente solitario para luego convertirse en colectivo al momento de su publicación, por lo que el otro está en el más natural derecho de involucrarse, en la más completa libertad de opinar, obviamente, considerando las elementales normas del respeto y la sindéresis. Sobre todo en las redes sociales, ese amplísimo horizonte para divulgar el sentir-pensar del enunciante de diversas maneras, pero obviamente, no escapa a la realidad en que vivimos y su profunda inclinación a la intolerancia.

Entonces no es llevar a la RAE al banquillo o proclamar la muerte de la gramática, es asumir una verdadera conciencia del poder de la palabra en cualquier circunstancia o medio de difusión, el poder de redimensionar a través del placer y no de la confrontación, ya la humanidad ha experimentado calamitosas experiencias en base a esas prácticas tan perversas. Antes de ver la gramática a modo de censura o castración al ingenio, véase desde las referencias de don Mario Briceño-Iragorry, en su texto: Gramática social (1952), cuando afirma con respecto a las palabras: “son ellas el vehículo para la relación social. No son simple cosa doméstica. Las frases de mero radio hogareño, quedan como patrimonio de determinadas estirpes. Son palabras para el grato uso familiar, de alcance apenas de íntimos relatos”.

De esta manera todo ejercicio de la escritura conlleva una función social más allá de los espacios íntimos del enunciante, siguiendo con Briceño-Iragorry: “La palabra es el instrumento por medio del cual los hombres intercambian ideas y sentimientos. Por donde se concluye que la comprensión y divulgación de sentimientos y de ideas sean tanto más fáciles cuando más claro y directo sea el sentido de los vocablos. Cuando se lucha contra los solecismos y contra barbarismos, no se sirve a un mero propósito de elegancia literaria, sino a una finalidad social”. 

Estamos leyendo a uno de los escritores venezolanos con mayor obra publicada en la historia de nuestro país, al artesano de la escritura, quien supo entretejer el discurso metafórico con la pulcritud gramatical para encarar las grandes responsabilidades intelectuales demandadas por su época, pero en la magia de su pluma, aún resuenan en Latinoamérica y el mundo, haciéndose cada vez más vigente su aleccionador pensamiento. Al trujillano universal que desde las instancias geográficas que hoy compartimos, viajó a través de la palabra de la ciudad hacia el mundo, para hacerse por siempre horizonte esclarecedor.

No se trata de construir nichos de cristal a través de las redes sociales para crear cofradías y desde allí arremeter contra la gramática y su ente regulador. No son tiempos de autoproclamarse escritor, poeta, narrador; el mismo oficio lo dirá sin necesidad de asumir confrontaciones o enrostrárselo al otro. Ciertamente serán los textos producidos quienes otorguen esa denominación, por ello, hay que asumir la escritura dentro de un ejercicio de vida y no un simple momento de euforia o contravención. A veces, es bueno ser un lector en voz alta, para convocar a tantos prodigios de la escritura y con ellos recorrer los mundos mágicos de la creación. Mucho mejor, cuando esa actividad de leer en voz alta, nos refleja más humanos y sensibles; así estaremos acorazados para que las redes sociales no nos devoren en sus espejismos, y podamos siempre reencontrarnos en la magia de la escritura.

*Doctor en Ciencias Humanas

Profesor Titular Universidad de Los Andes-Venezuela

Coordinador General Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias (ULA-LISYL)

Miembro Correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua. Correspondiente

de la Real Academia Española.

Blogspot: http://apuntacionessemioliterarias.blogspot.com/

Instagram: @hercamluisja

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